Un mínimo respiro
Es un deber de la comunidad internacional impedir que estos cuatro días de tregua en Gaza sean solo un paréntesis
Han tenido que pasar 47 días de guerra entre Israel y Hamás para que los habitantes de la franja de Gaza tengan un mínimo respiro si, finalmente, entra en vigor en las próximas horas el alto el fuego entre el Ejército israelí y la milicia islamista. La tregua para el intercambio de rehenes y prisioneros llega tras más de un mes de muerte y destrucción iniciado con el salvaje ataque de Hamás que causó más de 1.200 muertos, la mayoría de ellos civiles, y que fue contestada inmediatamente con una ofensiva sobre Gaza que ha costado la vida a más de 14.000 personas, también, en su gran mayoría, civiles. Y que ha provocado también el desplazamiento de cientos de miles de refugiados palestinos y desencadenado una crisis humana de la que las organizaciones humanitarias advierten que lo peor está por venir.
En un escenario tan desolador y volátil no queda sino desear que los cuatro días de alto el fuego puedan ser respetados, así como las condiciones pactadas por ambas partes con la mediación de Qatar: el intercambio de 50 rehenes israelíes secuestrados en octubre por entre 150 y 300 prisioneros palestinos en cárceles de Israel, y la entrada de 300 camiones con suministros básicos de alimentos, medicinas, agua y combustible de los que el territorio carece desde hace más de un mes. Resulta imposible no subrayar que sobre el terreno se trata de una operación muy complicada y frágil. Cada día, Hamás liberará a 12 o 13 secuestrados israelíes y el Gobierno de Benjamín Netanyahu a unos 40 reclusos palestinos. En ambos casos se trata en su mayoría de mujeres y menores de edad. Terminado ese plazo, puede darse un día más de tregua con su correspondiente intercambio de personas. ¿Y después? Israel ha anunciado que continuará con su anunciada estrategia militar en fases para acabar con Hamás arrasando Gaza, mientras que, a su vez, la milicia ha manifestado su voluntad de continuar la lucha y de no querer detener las hostilidades. Es decir, con suerte, y si todo sale bien, nos encontramos ante un mínimo respiro sin ninguna perspectiva realista conocida de detener la guerra.
La situación es tan dramática que cualquier pequeño beneficio es una gran noticia. Cualquier vida palestina que no quede cercenada en un bombardeo; cualquier gazatí que no sucumba ante las condiciones insalubres —por falta de alimento, agua o atención médica— en las que vive la Franja; cada rehén israelí que pueda volver vivo con los suyos puede no parecer mucho entre las grandes cifras de destrucción de todo tipo a las que el mundo asiste desde hace semanas. Pero no es así. Solo por esto todos los esfuerzos diplomáticos y la mediación de gobiernos y organizaciones ya habrán merecido la pena.
Es un deber de toda la comunidad internacional impedir que estos cuatro días —de nuevo, en el caso de que se cumplan con éxito— se conviertan en un paréntesis. Cada día de paz es un día que se gana a la guerra y es preciso que esta tregua se convierta en indefinida. Israel y Hamás han estado negociando durante semanas. Luego, el diálogo no es imposible. Los rehenes israelíes que queden en manos de Hamás tienen el mismo derecho a regresar a sus casas como aquellos que presumiblemente lo harán en las próximas horas, los gazatíes tienen derecho a no seguir muriendo como lo han hecho ya cientos de miles de sus compatriotas. La amenaza vital que se cierne sobre los palestinos de Gaza no puede continuar ni un minuto más. Es tal el daño causado que costará años recomponer mínimamente sus vidas. Es preciso lograr que este alto el fuego sea permanente.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.