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Columna
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Movimientos caóticos en la inteligencia artificial

La jungla financiera de OpenAI no es más que un signo de la verdadera guerra que enfrenta a las dos grandes tendencias actuales del sector: los catastrofistas y los pragmáticos

sam altman
Sam Altman, director ejecutivo de OpenIA, durante una conferencia en Tel Aviv en junio.AMIR COHEN (REUTERS)
Javier Sampedro

La compañía estrella de la inteligencia artificial, OpenAI, despidió el viernes a su director ejecutivo, Sam Altman, con el argumento de que estaba “despistando” al consejo de administración. Bill Gates, uno de los accionistas de la compañía, se despistó tanto que el domingo contrató a Altman para Microsoft, el mayor fabricante de software del mundo. También se despistaron los 770 empleados de OpenAI, que amenazaron a la firma con largarse si no restituía a Altman de inmediato. Cosa que, en efecto, la empresa ha hecho este miércoles.

Después de una semana de movimientos empresariales caóticos, incompetencias del Consejo de Administración y otros rasgos de incertidumbre cuántica en Silicon Valley, el campo de la IA parece haberse posado en el mismo paisaje del que había despegado una semana antes. Ni ChatGPT podría entender esto, ¿no creen?

Hay un truco para entender las cuestiones espesas y plagadas de detalles indomesticables. Redondeando un poco, lo inventó Einstein en su annus mirabilis de 1905. Se llama heurística, y es un concepto fundamental y escurridizo. El problema en 1905 era explicar el efecto fotoeléctrico, por el que un rayo de luz arranca electrones a un metal, pero de un modo que no depende de la intensidad de la luz, como indicaría el sentido común, sino de su color. La luz azul genera electrones de mayor energía que la luz roja. Esto era incomprensible para la ciencia de la época, pero Einstein halló un atajo asombroso.

El efecto fotoeléctrico se podía explicar con una ecuación insultantemente simple, pero solo si se asumía antes que la luz estaba hecha de corpúsculos, lo que ahora llamamos fotones. Como un fotón azul tiene más energía que uno rojo, el enigma quedaba explicado al instante. Einstein tituló su paper: “Un punto de vista heurístico sobre la producción y transformación de la luz”. Quiere decir: si no puedes resolver el problema particular (el efecto fotoeléctrico), resuelve primero el problema general (la naturaleza de la luz). Un buen consejo, aunque no el más fácil de seguir.

La jungla financiera de OpenAI se entiende mejor mirándola desde un piso más arriba, porque no es más que un signo de la verdadera guerra que enfrenta a las dos grandes tendencias actuales del sector: los catastrofistas y los pragmáticos. Los primeros parecen convencidos de que las máquinas van a adquirir una forma de consciencia y van a acabar tomando el mando. Y los segundos ponen el foco en las grandes oportunidades que la IA abre para la ciencia, la educación y la economía. Altman es más bien de estos últimos, y el Consejo de Administración que lo despidió nombró a un nuevo director ejecutivo, Emmett Shear, que es más bien de los primeros. La restitución de Altman revela que los pragmáticos están en alza.

Yo soy un pragmático por dos razones. En primer lugar, sé que la IA es un poderoso vector para el avance científico, como están mostrando en la biología molecular y la medicina. Y la segunda es que el catastrofismo está desviando la atención pública de los problemas reales, como su uso generalizado para contratar y despedir gente. Los inversores exhiben a menudo un comportamiento gallináceo. Bienvenido sea Sam Altman al puesto que nunca debió abandonar.

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