Los menores y los móviles
Los lectores escriben sobre la importancia de enseñar a los adolescentes a usar la tecnología y las manifestaciones ante la sede del PSOE en Madrid
No consigo entender por qué miles de familias quieren que se limite el inicio del uso del móvil a los 16 años. Cuando imparto conferencias y talleres con padres y madres, todos están muy preocupados y deseosos por formarse y aprender habilidades que les permitan educar digitalmente a sus criaturas, pero las salas no están abarrotadas. La educación digital es una parte más de la educación. Igual que enseñamos a los niños a cruzar un paso de cebra, los padres y madres deberían saber cómo limitar los contenidos no apropiados en los móviles, supervisar su tiempo de uso, ayudarles a detectar haters o conductas de acoso... El criterio digital y el pensamiento crítico se aprenden. La edad mínima para registrarse en WhatsApp en la UE es de 16 años. Está ya regulado. ¿Se cumple? Un menor de 16 años sin acceso a un móvil se habrá perdido formas de conocimiento, ayuda en sus tareas escolares buscando información, sensibilización sobre temas de actualidad o contacto con amigos y familiares. ¿No deberíamos subir un poco el nivel del debate? ¿No es mejor enseñar que prohibir?
Mariaje González Flor. Madrid
Manifestaciones
No se manifiestan por la situación de la vivienda. Ni por tener que esperar un año para la cita con el especialista ni ante la falta de plazas de FP. Ellos son más de ir a Colón en plan amenazante con la bandera nacional, y mientras insultan a catalanes y vascos, braman por la unidad de España. Solo hay que ver la que han organizado frente a las sedes del PSOE. En esas manifestaciones, hasta el Rey ha de cobijarse, pues es otro de los damnificados en este arranque tan destructivo de la derecha española, que protagoniza episodios violentos y muy peligrosos para la democracia, con la complicidad de sus líderes. Una de las frases más repetidas es: “Hay que defender a España”. Y sí, es cierto, pero de ellos.
Gonzalo Matías de Lara. Madrid
Malditas las banderas
En octubre de 2019, vivía cerca de la plaza de Urquinaona, en Barcelona. Viví, primero con incredulidad y más tarde con preocupación, asco e impotencia, los acontecimientos que todos conocemos. Escuché cómo diferentes líderes políticos no solo contemporizaban con ellos, sino que los justificaban sin escrúpulos ni vergüenza. Ayer, en el televisor, lo volví a ver. Solo cambiaban el decorado —Madrid, mi querida Madrid— y las banderas. Senyeras y esteladas antaño, rojigualdas ayer; malditas todas. Malditas sean todas las banderas y todos los canallas que se envuelven en ellas para lograr a cualquier precio sus objetivos personales y espurios.
Sergi Vilanova Claudín. Barcelona
Estamos unidos
Estés o no a favor de una amnistía, apena profundamente ver las calles de España de nuevo llenas de odio y rencor. Unos a otros echándose en cara el voto del 23-J. Discursos de uno y otro lado que solo buscan agitar más el avispero y llaman al enfrentamiento. Sin embargo, la realidad es que al final del día me sentaré un rato a llamar por teléfono a mi queridísimo amigo, con el que comulgo en valores y disiento en muchas ideas, y muy probablemente se despida de mí con un “T’estimo Mar, cuida’t molt”. Por mucho que nos quieran hacer creer, son más las cosas que nos unen que las que nos separan.
Mar Gutiérrez Domínguez. París
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