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Columna
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La madre cruel está otra vez de parto

La guerra de Gaza, como antes la de Ucrania, es un terremoto geopolítico que rompe y divide las sociedades y define el futuro

Columna de humo sobre Gaza, tras un bombardeo israelí, en la mañana del sábado.
Columna de humo sobre Gaza, tras un bombardeo israelí, en la mañana del sábado.ARIS MESSINIS (AFP)
Lluís Bassets

La respuesta a los ataques del 7 de octubre “cambiará la realidad sobre el terreno en Gaza para los próximos 50 años” según palabras en caliente de Yoav Galand, el ministro de Defensa israelí, cuando todavía había terroristas degollando inocentes. Su mezcla de amenaza y premonición se quedó corta. La extensa demolición de la trama urbana sufrida por Gaza ya nos da una primera idea de la envergadura del cataclismo.

La entera historia de la humanidad está plagada de atrocidades tan salvajes y primitivas como las cometidas por Hamás aquel día fatídico. Las estampas de destrucción de Gaza, en cambio, eran desconocidas hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando se inauguró como instrumento bélico el lanzamiento masivo de artefactos de enorme capacidad destructiva desde aviones, cañones o lanzaderas sobre conurbaciones densamente habitadas. Gaza es el capítulo más reciente del álbum siniestro de las ciudades arrasadas por la destrucción industrial mediante el lanzamiento de explosivos, experimentada hace casi un siglo en Guernica y luego aplicada a ciudades inglesas como Liverpool y Coventry, alemanas como Dresde y Hamburgo, superadas enseguida en Hiroshima y Nagasaki, y emuladas recientemente en Grozni, Alepo o Mariúpol.

La muerte de civiles a gran escala modifica a cuantos participan en ella: aniquilados, aniquiladores e incluso a quien no se han manchado las manos en la aniquilación. Lo sabe ya Hamás tras su razia monstruosa, pero pronto lo sabrá también Israel cuando vea qué nace de las ruinas de Gaza. Hamás podrá desaparecer como organización, pero mucho costará que se esfume la idea, el tenebroso corazón de un movimiento fundamentalista como el de los Hermanos Musulmanes, tan asentado en buena parte del mundo islámico.

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También cambiará Israel, quizás más que nadie, y difícilmente a mejor. La unanimidad que exige la guerra desemboca en el autoritarismo. Lo notan ya los árabes de ciudadanía israelí, el 20% de la población, y más duramente todavía los palestinos de Cisjordania y Jerusalén Este. No hay muestra de solidaridad con Gaza que no sea identificada como una adhesión cómplice con Hamás. Una pasión vengativa e inquisitorial amenaza el destino de todos los palestinos. Hay centenares de detenidos que no han cometido otro delito que ser lo que son, entre ellos millares de trabajadores gazatíes que no pudieron regresar a casa después de los atentados.

Como la guerra de Ucrania, la de Gaza es el epicentro de un terremoto que transformará el entero paisaje que hemos conocido. Ese tipo de movimientos tectónicos dividen y rompen las sociedades. Definen el futuro. De los directamente implicados, Israel y Palestina, y también de los más alejados, aunque no menos comprometidos, como Estados Unidos y Europa. Es de temer que no nos gustará ni sabremos reconocernos en la criatura que nacerá llorando de esta carnicería.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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