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COLUMNA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¡Viva el Partido Popular (polaco)!

Donald Tusk celebraba el día 15 los resultados de su coalición en las elecciones polacas.
Donald Tusk celebraba el día 15 los resultados de su coalición en las elecciones polacas.KACPER PEMPEL (REUTERS)
Xavier Vidal-Folch

La victoria de los demócratas polacos frente a la ultraderecha no debe quedar sepultada por las malas noticias. Para el mundo entero, el punto final a ocho años de Gobierno del partido Ley y Justicia —PiS, socio de Vox y de Hermanos de Italia en la Eurocámara— confirma que los populismos reaccionarios no son eternos. Antes ya capotaron Donald Trump en EE UU y Jair Bolsonaro en Brasil.

Para la UE y el europeísmo, la noticia es vibrante. Rompe el tándem iliberal que junto a Hungría erosionaba su perfil democrático, boicoteaba iniciativas y obstruía decisiones. No solo adelgaza la minoría de gobiernos autoritarios y antieuropeos; amplía la mayoría de los demócratas proactivos y más europeístas. No en vano, el que será primer ministro (salvo catástrofe) es Donald Tusk.

Tusk es un viejo conocido, muy valorado en este rincón. Lidera la Plataforma Cívica, que pertenece al Partido Popular Europeo (PPE). Y, aunque como presidente del Consejo Europeo tuvo vaivenes en las tensiones del Brexit o en la inmigración, es un demócrata de pura cepa: el tipo de derecha liberal con que sueña un conservador respetable.

Así que su triunfo es el de la democracia cristiana auténtica sobre su minoría extremista que busca encadenarse a la ultraderecha. La lidera su jefe parlamentario en Estrasburgo, Manfred Weber, patrón de la ultra Giorgia Meloni. Su modelo es el de José María Aznar (y su yerno) con Silvio Berlusconi, con quien se unió. Y el que practica en casa Alberto Núñez Feijóo por tierra mar y aire.

La amplia victoria del bloque de Tusk y sus aliados socialdemócratas y de tercera vía, supone la derrota de esos extremistas. Cuando en 2019 fue elegido presidente del PPE, propugnó un cordón sanitario contra los ultras: “No sacrificaremos valores como las libertades civiles, el Estado de derecho y la decencia en la vida pública en el altar de la seguridad y el orden” de los ultras. Y cuando el PP de Castilla y León se coligó con Vox en 2022, Tusk se distanció: “Espero que sea solo un accidente y no una tendencia”, digno augurio en el que, sin embargo, erró.

Huelgan pues las forzadas alegrías de nuestros populares domésticos. No disimularon su contrariedad porque en Polonia ganase un bloque transversal/feminista (como en España) al reaccionario PiS, la lista más votada. Su fracasado líder, Mateusz Morawiecki, que hacía incómodo tándem con la aún más ultra Confederación, decía que de su victoria dependía que Polonia siguiese “existiendo”.

Ya le imita Isabel Díaz Ayuso: “Si esta felonía [quizá no sepa deletrear amnistía] se consuma, pronto no habrá españoles”. Nivel.

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