Israel, Nagorno Karabaj y otras crisis: por que la UE está rodeada de conflictos
Una era de inestabilidad, con cambios de actitud de potencias grandes y medias, parece incentivar turbulencias, y la Unión no está bien preparada para afrontarlas
El mundo asiste en vilo a la conflagración desatada por el bárbaro ataque de Hamás a Israel. Se trata del enésimo estallido de violencia en las inmediaciones de la Unión Europea. Ucrania, Nagorno Karabaj, Siria, Israel y Gaza, Libia, Sahel: una media luna de terribles conflictos rodea a la UE en sus flancos oriental y meridional. Los detonantes son por supuesto diferentes en cada caso. Pero en todos desempeña un papel una era de inestabilidad, con cambios de actitud de potencias grandes y medias, que parece incentivar escaladas violentas. Todo el arco de crisis, con la excepción de Ucrania, muestra la limitadísima capacidad de influencia de la UE en este entorno.
La era de inestabilidad es una en la que Rusia busca reconfigurar a la fuerza el orden mundial, China gana fuerza, Estados Unidos se reorienta de forma acorde al ascenso de Pekín, Irán se reafirma en el antagonismo a Occidente, y el sur global se moviliza en nuevas formas contra el dominio occidental. Este panorama geopolítico influye en el arco de crisis.
Empecemos por la violencia desatada con el ataque de Hamás contra Israel. Se trata de una decisión criminal de sus líderes, a las que no cabe añadir peros. Ello no significa que no deba analizarse el contexto en el que brota, que sin duda habrá influido en su planificación. Este muestra, por una parte, a un Irán —valedor de Hamás y Hezbolá— plenamente alineado con la actitud de desafío abierto a Occidente de una Rusia desatada y con una China cada vez más asertiva. La posición de Teherán debe leerse también a la luz del desmoronamiento de la perspectiva abierta por el pacto nuclear sellado con la Administración Obama y dinamitado por la de Trump. Por otra parte, a un Israel que no ha sufrido ninguna presión significativa para modificar su abusiva política de ocupación. Sin duda, también, ha desempeñado un papel la perspectiva de la creciente normalización de relaciones entre Israel y países árabes, que Washington promueve para mejorar la seguridad del primero, pero también como herramienta para apuntalar su menguante influencia en la región. Este es el contexto de inestabilidad y cambio de actitudes en el que brota la decisión de Hamás. En ninguno de estos planos la UE, que por ejemplo era partidaria de perseguir la vía del pacto nuclear con Irán, ha tenido ni tiene un papel relevante.
La guerra de Ucrania es por supuesto el escenario central de esta era de inestabilidad. Es el episodio que encarna el desafío frontal a la primacía global de Occidente por parte de una Rusia que se creía ya fuerte después de la descomposición del imperio y de las turbulencias de los noventa. La ofensiva rusa en Ucrania es una de las claves de lectura de lo ocurrido en Nagorno Karabaj hace unas semanas. Con Moscú completamente ocupado en ese primer frente, Azerbaiyán, respaldado por Turquía, ha tomado la iniciativa para resolver con la fuerza el conflicto con Armenia, tradicionalmente amparada por el Kremlin. La inestabilidad y el cambio de equilibrios generales incitaron sin duda a la acción, abriendo una ventana de oportunidad. La UE es casi irrelevante aquí.
Rusia y Turquía son también actores clave, en bandos opuestos, en Siria y en Libia. Moscú ha apoyado a Bachar el Asad en el primer conflicto y al mariscal Jalifa Hafter en el segundo. Ankara se sitúa en el otro lado. En ambos casos no tenemos ahora un escenario bélico desatado como hace años, pero sigue habiendo violencia y bombardeos —en Siria— y mucha inestabilidad —en Libia—. En el primer caso, el Kremlin aprovechó la incomparecencia geopolítica de EE UU y la UE para intervenir y determinar el porvenir del conflicto. En el segundo, sí hubo una intervención occidental, pero el desinterés de Washington —ocupado en otros asuntos— y los límites de la UE han abonado el terreno al caos en el que se han insertado Moscú y Ankara.
Las crisis de la franja del Sahel, como las otras, brotan en gran medida de problemas locales, en este caso de falta de prosperidad y madurez democrática. Pero, aquí también, la era de la inestabilidad global ha sido sin duda un contexto promotor de turbulencia. Rusia, de nuevo, ofrece perspectivas de apoyo a segmentos levantiscos y autoritarios de esas sociedades que siguen teniendo un recelo anticolonial y que perciben a Moscú, potencia que busca una proyección imperial y colonial en su entorno, como la heredera de una URSS que apoyó en el siglo pasado ciertos procesos de descolonización. Aquí también, la UE —con Francia como actor protagonista— sufre un duro baño de realidad acerca de su capacidad de influencia e interacción.
Ni siquiera una superpotencia puede controlar férreamente el desarrollo de ciertas crisis. Nadie espera que la UE lo haga. Pero el brotar de conflictos en Europa o sus inmediaciones en esta era de la inestabilidad, de cambios de fuerzas y actitudes, debe hacer reflexionar. Hay quienes se muestran muy determinados en pasar a las vías de hecho o fomentar crisis de rasgos sin precedentes. La Unión ha tenido una reacción a la altura de las circunstancias en el caso de Ucrania, lograda con buena voluntad e ingenio, pero sigue mal preparada en términos estructurales para actuar en este contexto en ebullición. El camino para lograrlo no es fácil y no garantiza poder evitar o lograr protegerse de ciertas crisis. Hay muchas preguntas. La respuesta es casi siempre más política exterior y de seguridad común.
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