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tribuna
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Trata de blancas, negras, amarillas y algún hombre

Utilizar una manera racista de definir el delito invisibiliza a muchas otras mujeres víctimas del delito declarado de trata de seres humanos

Mujeres en un club de alterne en Girona.
Mujeres en un club de alterne en Girona.Pere Durán

Cuando hablamos de trata de blancas nuestro imaginario nos lleva a la explotación sexual. Este término fue utilizado en el siglo XIX para referirse a las mujeres europeas, pobres, vulnerables y con la piel blanca, que eran captadas para ser vendidas y explotadas en otros continentes como esclavas sexuales.

Durante siglos de historia colonial y esclavitud se permitió y normalizó la extracción de mujeres no blancas de sus lugares de origen para ser vendidas y explotadas en el campo, la industria o la prostitución. Por ello, cuando nos referimos a la “trata de blancas” es una forma de definir este delito de una manera racista y discriminatoria, porque invisibilizamos a muchas otras mujeres víctimas y las sacamos del delito declarado de trata de personas o de seres humanos.

Y, aunque en la trata para la explotación sexual mayoritariamente las víctimas son mujeres y niñas, también un porcentaje pequeño son hombres, como es el caso de los chavales captados en Colombia y Argentina por un supuesto ojeador con la promesa de venir a España a jugar al fútbol en categorías inferiores. Al llegar a nuestro país todo era mentira. Vivían aislados y hacinados en una vivienda de la sierra de Cádiz y eran obligados a mantener relaciones sexuales con otros hombres. Estos chicos, como millones de mujeres, se convirtieron en sacos de carne para la prostitución por querer cumplir un sueño: ellos, ser futbolistas; ellas, poder tener una vida.

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Pero la finalidad de la trata no es únicamente la explotación sexual. La esclavitud contemporánea tiene otros rostros, así que es de vital importancia hablar de todas las víctimas y de todas las formas de explotación, por esto es necesario hacer evolucionar el lenguaje. Hablamos, por tanto, de trata de personas o seres humanos para la explotación sexual, laboral, la mendicidad, los matrimonios serviles o la extracción de órganos.

El lenguaje es muy importante. Aunque en el caso de la trata y de la prostitución parece que no importa. De hecho, de la trata se habla como “un problema”, aunque un problema es el que tienen muchas mujeres para dar de comer cada día a sus hijos y eso las hace vulnerables para ser captadas por las redes transnacionales.

No, la trata no es un problema, es un delito que vulnera todos los derechos humanos y está en el Código Penal español desde 2010.

Cuando utilizamos problema en lugar de delito, lo hacemos pequeño, insignificante… Como a ellas, las víctimas, a las que no se da importancia y las llamamos prostitutas, putas, zorras, guarras, lumis…

Por el contrario, en demasiadas ocasiones a los victimarios se les llama empresarios del sexo o empresarios de clubes de alterne. A ellas el lenguaje las estigmatiza; a ellos, los dignifica, porque, en realidad, hablamos de tratantes, proxenetas o delincuentes que se lucran de la prostitución de otra persona bajo amenazas y coacciones.

Una mujer víctima de trata sexual no es una prostituta, es una mujer obligada a prostituirse. Y cuando está siendo prostituida en un club, un piso o una rotonda, no está trabajando, sino que está siendo explotada, porque cuando hablamos de trata, siempre nos referimos a esclavitud, en este caso, a esclavas sexuales. Y esta forma de esclavitud moderna se parece mucho a la trata de esclavos del siglo XVI.

Aquellos siervos llevaban grilletes de acero y cadenas en manos y pies que les impedían fugarse. Hoy, las mujeres llevan las cadenas en la cabeza. Es el miedo el que les impide escapar. A los de la antigüedad se les marcaba como al ganado para saber quién era su amo, mientras que, en la actualidad, a muchas mujeres subsaharianas captadas para la explotación sexual se les tatúa en sus países de origen para que, cuando lleguen al lugar de tránsito o destino, sean fáciles de reconocer por sus esclavistas.

Ahora, como ocurría entonces, no pueden salir de su lugar de explotación. Antes de los corrales de esclavos y, en estos tiempos, de prostíbulos y pisos, donde también viven hacinadas y, en muchas ocasiones, en condiciones insalubres.

Antiguamente, los tratantes de esclavos vendían su mercancía a posibles “clientes” a través de subastas. El esclavista señalaba al esclavo, decía su edad (aproximada), sus atributos físicos, la buena capacitación y disposición para el trabajo a desempeñar y ponía precio. Básicamente, lo mismo que hacen los proxenetas hoy en día con las mujeres que alquilan en puticlubes y pisos. También es a lo que se ven obligadas las mujeres en situación de prostitución en calles y rotondas: autosubastarse o negociar el precio de los servicios sexuales con cada uno de los consumidores de sexo de pago, que no clientes (de nuevo el lenguaje). Los hombres que consumen prostitución aseguran que la trata sexual es otra cosa (como si estos fenómenos pudieran separarse) y que ellos están con prostitutas libres y felices, aunque en realidad, se refieren a mujeres prostituidas y explotadas por un tercero.

Pero claro, lo que no importa no se interioriza.

23 de septiembre, Día internacional contra la Explotación Sexual y la Trata de Personas.

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Andrea Gutiérrez García / Ramón González-Piñal Pacheco

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