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Columna
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Hércules Feijóo

El líder del PP debe mover ficha bajo las presiones internas de un partido que no ha domado todavía: tiene que lanzar el penalti de su vida con el equipo agarrándole las piernas

El presidente del PP Alberto Núñez Feijóo, en la reunión de la Junta Directiva Nacional del partido, en la sede del PP, este lunes en Madrid.
El presidente del PP Alberto Núñez Feijóo, en la reunión de la Junta Directiva Nacional del partido, en la sede del PP, este lunes en Madrid.Jesús Hellín (Europa Press)
Víctor Lapuente

Como el joven Hércules en la encrucijada del bosque, dudando entre tomar el camino placentero o el intrincado, Feijóo ha afrontado estas semanas un dilema que marcará su futuro. A un lado, la senda fácil para el PP desde Aznar en el 2000: la confrontación con los nacionalistas. Al otro, la vía difícil desde Ortega en 1932: la conllevancia con los pueblos díscolos.

El 23-J pone a Feijóo en la peor situación: unos pocos escaños más y gobierna con mayoría absoluta; y unos pocos menos y se lanza a una oposición cainita. Y debe mover ficha bajo las presiones internas de un PP que no ha domado todavía. Feijóo tiene que lanzar el penalti de su vida con el equipo agarrándole las piernas.

La vía cómoda es defendida por los voceros más ruidosos pero también por algunas de sus voces más cabales, como Alejandro Fernández. Consiste en decir que somos el primer partido de España a nivel municipal y autonómico, y primera fuerza en el Congreso. Y ejerceremos de contrapeso al “proceso español” con el que los independentistas, de la mano de Sánchez, quieren liquidar el régimen del 78. Con una probabilidad elevada, si sigue este camino fácil y conocido, Feijóo cosechará buenos frutos en las próximas elecciones. En tres o cuatro años podría estar en la Moncloa.

La otra senda, abrir un diálogo con los nacionalistas, está llena de baches y nubarrones y sólo la contemplan las mentes más aventureras. Para tener éxito debería ser, primero, diáfana, sin dar sensación de una mera concesión oportunista a Junts (o al PNV), sino de convicción estatista; y, segundo, humilde. Algo así: todos, nosotros también, hemos cometido errores (y, si dudan de eso, que pregunten a cualquier experto internacional en política; no he conocido ni uno solo acrítico con la actuación policial el 1-O); es la hora de la reconciliación, de poner el contador a 0. Nosotros concedemos una medida de gracia; vosotros aparcáis la autodeterminación. Un compromiso claro de cesiones mutuas. Y, sí, sería por accidente, pero todos los grandes pactos políticos de la historia, incluida la Transición, han hecho de la necesidad virtud.

Feijóo recibiría una crítica interna feroz, pero conseguiría así un aplauso planetario ―que no es baladí para ganar elecciones―. No sé si sería lo mejor para el PP, pero sí para España. A nuestro héroe La Moncloa le quedaría más lejos, pero el Olimpo más cerca. @VictorLapuente

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