Vox estalla
El sector más ultraliberal de la formación queda laminado por los integristas con la dimisión de Espinosa de los Monteros


La dimisión del hasta ahora portavoz de Vox en el Congreso, Iván Espinosa de los Monteros, priva a la formación de Santiago Abascal de una de sus caras más conocidas, además de tratarse de un parlamentario que manejaba con habilidad las armas dialécticas de la paradoja y la ironía y que siempre fue más correcto en las formas que otros miembros de su partido. Pese a sus excesos en agendas como la migratoria y sus polémicas como promotor inmobiliario, Espinosa era uno de los diputados más sólidos de la formación ultra, con un discurso menos incendiario que el de otras figuras de Vox. Al contrario que Abascal, evitaba meterse en los charcos de sus teorías más excéntricas y conspiranoicas. Y era la cabeza visible de un sector ultraliberal seguidor de las doctrinas económicas de la británica Margaret Thatcher o del estadounidense Ronald Reagan en los años ochenta del siglo pasado. Esa facción neocon estuvo apadrinada en España por la expresidenta madrileña Esperanza Aguirre, hasta que acabaron saliendo del PP y desembarcando en Vox.
Desde su fundación, esta alma ultraliberal ha convivido dentro del partido con un alma ultraconservadora, que pone el acento en el integrismo moral —rechazo absoluto al aborto, la eutanasia o el matrimonio homosexual— y que, en materia económica, aboga por el proteccionismo frente al libre mercado y rechaza la construcción europea. La salida del Reino Unido de la UE ha privado a los ultraliberales de su socio natural en Europa, los tories británicos, y Vox se ha ido acercando a los partidos ultracatólicos, como los polacos de Ley y Justicia, los Hermanos de Italia de Giorgia Meloni o el Fidesz del húngaro Viktor Orbán. En materia económica, el objetivo de esta metamorfosis es ir dejando de lado los planteamientos neoliberales para tratar de ampliar su base social, como también ha hecho Marine Le Pen en Francia.
La batalla que termina con el paso al lado de Espinosa de los Monteros no ha sido, sin embargo, ideológica, ni siquiera una guerra cultural, como le gusta predicar a Vox, sino una lucha encarnizada por el poder. El sector más integrista, encabezado por el vicepresidente de Acción Política, Jorge Buxadé, se ha hecho con el aparato y ha laminado al otro sector, silenciando a la vicepresidenta de la comisión de Agricultura de la Eurocámara, Mazaly Aguilar, purgando de las listas del Congreso a dos de los dirigentes de la primera hora del partido —Víctor Sánchez del Real y Rubén Manso— o intentando apartar de la Asamblea de Madrid a la esposa de Espinosa, Rocío Monasterio, una de las pocas mujeres con peso propio que quedan en la formación.
Las pugnas entre distintos sectores o familias son habituales en los partidos. El mejor método para dirimirlas es la democracia: ambas partes exponen sus proyectos y el votante elige a través del sufragio. El problema es que Vox ha laminado la democracia interna: en 2019, eliminó las primarias para designar a cargos públicos; y, dos años después, las elecciones para elegir a sus cargos internos provinciales, ya que no hay organización autonómica. En esas condiciones, los que ganan son los que, como Buxadé, desconfían de los procedimientos de la democracia en los partidos. Cuando suprimió las elecciones internas, Abascal alegó que se evitaba así “la zozobra y el enfrentamiento” causado por los procesos electorales. Se equivocaba. La democracia interna es el mejor sistema para encauzar y resolver los conflictos. Cuando se suprime, la tensión se acumula sin válvula de escape posible, hasta que estalla causando destrozos irreparables. Y espantadas como la de Espinosa de los Monteros.
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