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ELECCIONES 23-J
Tribuna
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La desmitificación de la derecha

Con una reacción que ha desbordado a los poderes que se sienten propietarios del país, los ciudadanos han dibujado en el 23-J un mapa político que choca con el negacionismo posdemocrático

PP Feijoo
Alberto Núñez Feijóo y Cuca Gamarra, en la reunión de la dirección del PP al día siguiente de las elecciones, el 24 de julio.J.P.GANDUL (EFE)
Josep Ramoneda

El proceso electoral que ha culminado con el fracaso del PP de Alberto Núñez Feijóo ha abierto en canal algunas de las ficciones sobre las que se estructura la política española. Y ha puesto en evidencia el alejamiento de la realidad en el que habita el complejo económico-político-mediático que se siente hegemónico en la opinión publicada y en su autosuficiencia ha perdido el pulso de la opinión pública real. Quisieron creer y hacer creer que la hegemonía ideológica de la derecha era incontestable y se ha constatado que solo era un ejercicio de confusión de los deseos con las realidades. Las certezas de la derecha se han llevado a tal extremo que una parte de la ciudadanía se ha sentido amenazada, generando una oleada de complicidad en la resistencia.

Con una reacción que ha desbordado a los poderes que se sienten propietarios del país, los ciudadanos han dibujado, y no es la primera vez, un mapa político que choca con el negacionismo de los que no quieren ver lo que no les gusta. Al PP le ha faltado una dirección política con autoridad, autonomía y tacto para percibir lo que los poderes que lo amparan —y de los que cada día es más deudor— no quieren saber y, en consecuencia, para buscar soluciones políticas a los problemas políticos.

Donde la ciudadanía ha demostrado mayor sensibilidad contra la normalización del neofascismo por parte del PP ha sido en Cataluña y en el País Vasco. Sin el resultado del PSC, hoy el presidente Sánchez no estaría cantando victoria. Los 200.000 votos que se pasaron de los partidos independentistas al socialista son significativos de una sensibilidad que antepone parar los pies al neofacismo antes que cualquier otra consideración. Cada elección tiene su contradicción principal y en esta el voto útil era decir no al autoritarismo posdemocrático votando a quien tenía mayor capacidad para ponerle freno. Dando al mismo tiempo una inesperada lección a Europa dónde pocos confiaban en que fuera España quien rompiera la dinámica reaccionaria en curso.

Este dato es importante además porque pone en evidencia lo que los poderes hispánicos se empeñan en negar: la realidad plurinacional del país. Algo que el nacionalismo español nunca ha querido aceptar impidiendo de esta forma buscar soluciones institucionales aceptables para todos. Que un país este compuesto de varias naciones no significa que tenga que fragmentarse en varios estados independientes. Siempre que sea capaz de asumir las diferencias, ampliar el reconocimiento y adaptar al Estado en consecuencia, que es lo que en España se niega y lo que explica que la resistencia al autoritarismo posdemocrático haya sido mayor en Cataluña y en el País Vasco que en el resto parte del territorio en que la defensa de la unidad de la patria ha pesado más que la reacción contra el neofascismo.

Y en una línea entrelazada va el segundo dato significativo de estas elecciones, que Víctor Lapuente ha subrayado en estas mismas páginas. El voto femenino como otro factor determinante del patinazo de la derecha, atrapada en la reacción de buena parte del mundo masculino que vive, más o menos conscientemente, el empoderamiento de la mujer como una amenaza. Con lo cual se hace evidente que el supremacismo machista es el caldo cultural que alimenta la ebullición de Vox y en buena medida al PP. Y nos da la pista para entender por qué las mujeres han ido más prestas al voto útil contra la oleada de autoritarismo posdemocrático que los hombres.

Estas dos señales, que las urnas transmiten de modo elocuente, deberían ser por sí mismas un impulso para afrontar con cierta apertura mental los regateos políticos que nos esperan ahora para la formación del próximo Gobierno. Y evitar de este modo que las miserias políticas, el cálculo mezquino que antepone el imperativo de las grandes apuestas —aun con conciencia de que no están en el orden del día— a la realidad de lo posible, se impongan y bloqueen los criterios de reconocimiento y de responsabilidad compartida que realmente puedan hacer cambiar alguna cosa.

Se abre una brecha de oportunidad para avanzar en tres direcciones que deberían calar en las instituciones en el futuro próximo: el rechazo al autoritarismo posdemocrático que amenaza al capitalismo posindustrial, es decir, financiero y digital; el reconocimiento de la realidad plurinacional de España, adaptando un Estado que se niega a aceptarla y favoreciendo el respeto mutuo entre las distintas naciones; y, evidentemente, el empoderamiento de la mujer y la debilitación del supremacismo machista como horizonte estratégico inmediato. Son las tres columnas de la reafirmación democrática que los ciudadanos han puesto sobre la mesa en estas elecciones, pillando a la derecha política, económica y mediática a contrapié, y presionando a la izquierda con la intuitiva reacción democrática del voto útil contra el autoritarismo posdemocrático. Una modesta señal de esperanza en un mundo democráticamente cada vez más turbio.

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