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Columna
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Ojalá los políticos solo se hablasen por carta

Esto no traería concordia a las relaciones, pero las haría más legibles e interesantes. Aunque se asocia el correo con el amor, por carta también se puede armar bronca

Alberto Núñez Feijóo, durante la firma de un decreto cuando era presidente de la Xunta de Galicia.
Alberto Núñez Feijóo, durante la firma de un decreto cuando era presidente de la Xunta de Galicia.
Sergio del Molino

Es cierto, como dice Pedro Sánchez en su respuesta a Feijóo, que “hoy disponemos de medios más ágiles para la interlocución que el diálogo epistolar”, pero quien elige la carta no busca inmediatez. También hay medios más ágiles para elegir parlamentos que meter papelitos en urnas, e incluso hay medios más ágiles de gobierno que la democracia, y no por ello vamos a renunciar a ella. A mí me gusta que los políticos se enfrenten a las decisiones morales y estéticas del protocolo epistolar: ¿empezar con “estimado” o “querido”? ¿Tratarse de tú o de usted? ¿Despedirse con una fórmula cortés u obviar la despedida, a lo burro? ¿A ordenador o a mano? Y si es a ordenador, ¿con qué tipografía? Son elecciones importantes que retratan a los corresponsales. Ojalá una democracia epistolar. Abogo por una reforma constitucional que obligue al Gobierno y a la oposición a relacionarse por carta. Es más, prohibiría los emoticonos y los mensajitos en las redes. ¿Quiere usted plantearle una propuesta a su rival? Pues pida el recado de escribir, como hacía Madame de Sévigné: escoja su mejor papel verjurado y esmérese en la letra.

Esto no traería concordia a las relaciones, pero las haría más legibles e interesantes. Aunque se asocia el correo con el amor, por carta también se puede armar bronca. Que se lo digan a Pablo de Tarso, que fundó el cristianismo mandando epístolas leninistas. Las cartas permiten una crueldad muy superior a la de internet. En otro periódico, en otra época y yo diría que en otro país, un lector que tenía un comercio de plumas estilográficas escribió al director unas cartas en papel grueso, con impecable caligrafía inglesa, en las que reclamaba mi despido. En una adjuntó un billete de cinco euros como contribución a mi finiquito, por si el diario andaba escaso de liquidez. Ningún tuitero furioso ha igualado su malicia.

El borrador del telegrama de pésame de Felipe González a Danielle Mitterrand por la muerte del expresidente francés empezaba: “Al recibir la muy triste noticia…”. Alguien (seguramente, Felipe) tachó el “muy” y dejó la noticia con una tristeza atenuada, soportable, casi fría. Ese tachón es más revelador que cualquier discurso, porque en las cartas no se puede mentir. Ni siquiera cuando llevan mentiras enormes, como las cartas de los soldados desde el frente, donde cuentan que están bien, que no hay de qué preocuparse y que gracias por los chorizos. Incluso en la banalidad más embustera se adivina la angustia. No tengas miedo, dice quien vive aterrado. Nadie puede esconderse en una carta, por eso el presidente prefiere los whatsapps.

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Sobre la firma

Sergio del Molino
Es autor de los ensayos La España vacía y Contra la España vacía. Ha ganado los premios Ojo Crítico y Tigre Juan por La hora violeta (2013) y el Espasa por Lugares fuera de sitio (2018). Entre sus novelas destacan Un tal González (2022), La piel (2020) o Lo que a nadie le importa (2014). Su último libro es Los alemanes (Premio Alfaguara 2024).

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