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Elecciones 23J
Columna
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No tan inevitable

La demoscopia se cuenta en el bando de los derrotados en estas elecciones. Lo que ha pasado exige un replanteamiento profundo a un sector, el de las encuestas, que ha perdido el norte

Recuento de votos tras el cierre de los colegios electorales, en Bilbao.
Recuento de votos tras el cierre de los colegios electorales, en Bilbao.Luis Tejido (EFE)
Oriol Bartomeus

Los resultados electorales acostumbran a interpretarse no tanto a partir de los datos fríos como a la luz de las expectativas de los diferentes partidos. Así se entiende cómo, a veces, un partido ganador en números acaba apareciendo a ojos del elector como perdedor, y cómo un perdedor se erige en ganador de la noche electoral. Y las expectativas acostumbran a medirse en encuestas.

El PP apostó al todo en estas elecciones. Desde el verano de 2021, envalentonados con la victoria de Ayuso, la derecha desplegó una estrategia en todos los frentes con un único objetivo: sacar a Sánchez de La Moncloa como fuera. Parte de esta estrategia consistía en desanimar el voto de la izquierda mediante la construcción de una realidad inapelable: el triunfo del PP era inevitable y de una magnitud tal que cualquier intento por parte de la izquierda estaba abocado al fracaso.

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Una parte esencial de esta estrategia la iban a jugar las encuestas, convertidas no ya en oráculo sino en infantería al servicio de un escenario político futuro: la vuelta del PP al Gobierno. Para ello prácticamente se dobló en número de encuestas publicadas en los medios entre el primer y el segundo semestre de 2021 (de 45 a 74), y el número no dejó de incrementarse a partir de entonces hasta las más de 100 encuestas publicadas entre el 1 y el 17 de este mes de julio (a las que se pueden añadir los sondeos o israelitas de ayer).

Las encuestas han tomado un nuevo rol en esta elección, y es un rol peligroso. Ya no son sólo un instrumento para detectar los movimientos del electorado, su humor, sus valores. Ni tan siquiera son las herramientas para adivinar el futuro (inmediato o no) en que se habían convertido en los últimos años. Ahora algunas empresas han descubierto que las encuestas podían influir en los resultados dirigiendo el voto en función del escenario que dibujaban, incentivándolo o desmovilizándolo.

A la luz de los resultados esta deriva no ha tenido el éxito previsto. La “inevitable” victoria del PP que debía desincentivar la participación de una parte del voto de la izquierda no ha funcionado (del todo) y la distancia de populares sobre socialistas ha sido más estrecha de lo que auguraban las encuestas publicadas en los medios conservadores. La demoscopia se cuenta, pues, en el bando de los derrotados en estas elecciones. Pero más allá de esto, lo que ha pasado exige un replanteamiento profundo a un sector, el de las encuestas, que ha perdido el norte.

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