Da todo igual
Hay días que pienso que los políticos a los que criticamos tanto son al cabo reflejo de otros, que somos nosotros
Sucede que la lógica del y tú más no era cosa de los partidos, sino de la gente, que nos gusta creer que los partidos tienen la culpa del mundo y resulta que son reflejo. Sucede que no puedes decir nada de Pedro Sánchez si antes no lo has dicho de Alberto Núñez Feijóo, y al revés. Pasó con la corrupción: si decías Gürtel tenías que decir ERE, en una tendencia que obligaba a equiparar caso a caso para llegar a la conclusión de que son los mismos con distintos colores y al final acaban en el mismo lado: porque más que la ideología operaba la condición humana.
Sucede que si haces una crónica sobre las falsedades de Feijóo en su última entrevista te reprochan si no vas a dedicarle esas atenciones a los famosos cambios de opinión de Sánchez, porque el crédito lo da, y eso es verdad, aplicar un sólo criterio a lo que haga uno o su contrario. Lo que sucede es que aplicar un criterio incluye esa parte: valorar los hechos en la dimensión que honestamente creas que tengan, no buscando en las faltas o en los aciertos falsas equidistancias. Se trata de eso, también: de no poner al mismo nivel una realidad con una mentira, un dato con un pronóstico. Están para quien quiera usarlas las que Bernard Williams llamó virtudes básicas de la verdad: sinceridad y precisión.
Así, podrás haber escrito contra las promesas incumplidas o sobre las triquiñuelas para cambiar nada menos que el Código Penal cuando lo hizo el Gobierno, pero dará igual. Tú estás, porque te ponen, en una trinchera, igual que sin caer o cayendo vas poniendo al resto en trincheras o en grupos. Y un prejuicio dura lo que mil diamantes.
Dará igual, en fin, porque da todo igual. A veces llevas una hora de debate sobre un personaje y en redes alguien te escribe: no habéis dedicado ni media palabra a fulano. Es mentira, pero vale; y claro que esto pasa a veces y que hay un término medio y que no se puede generalizar, aunque hay algo de eso en —y perdón por la expresión— el espíritu del tiempo: de escuchar poco o no escuchar, de tener la opinión formada al instante o según quién la defienda, de que las creencias se tomen por certezas y de que cundan sospechas de las que nadie se acordará cuando vengan a ser desmentidas. Que esa es otra: los desmentidos —que por supuesto hacen falta—, ¿qué efectos tienen? Es una pregunta para todos, que las burbujas de opinión no discriminan. En burbujas ya vivimos.
A días voy bajando el scroll —perdón, de nuevo— de la red social de turno y me descubro con la frase a punto: da todo igual. Ahí estamos, mi dedo y mi frase. Que ya sé que no, aunque a veces yo qué sé. Como si pudiera decirse todo a beneficio de inventario y la palabra no valiera más que el momento, en una realidad en que la hemeroteca, justo cuando más fácil es consultarla, no interesara a nadie. A días lo pienso, que en eso los políticos a los que criticamos tanto son al cabo reflejo de otros, que somos nosotros. Y temo que dé todo igual. Pero da igual.
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