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Columna
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El patriotismo de los indultos

La progresiva aceptación de la derrota, el paso del tiempo, la nueva época y las excarcelaciones de los líderes independentistas han restablecido en buena medida la normalidad en Cataluña

Un manifestante quema una bandera de España durante frente al Parlament durante el primer aniversario del 1-O.
Un manifestante quema una bandera de España durante frente al Parlament durante el primer aniversario del 1-O.Julián Rojas
Jordi Amat

“Tras un cruce de miradas conectamos de inmediato”. Infiltración entre grupos independentistas. Este viernes La Directa desveló el cuarto caso. El patrón replicaba el que los periodistas ya establecieron hace algo más de un año: un agente de la Policía Nacional de origen balear y catalanohablante —ahora, una agente— tenía como misión la captación de información y, para obtenerla, iniciaba una relación sentimental con un activista al que se presentaba con nombre y documentación falsa y nunca revelaba su verdadera identidad. Hasta que desaparecía. La última víctima conocida de esta estrategia inmoral es un activista de Girona cuyo compromiso era sobradamente conocido y que, al iniciarse la relación en junio de 2020, ya estaba encausado por desórdenes públicos. Centenares más como él. Entre 2018 y 2019, tras una movilización sostenida a lo largo de casi una década y en todos los frentes, se vivieron diversos episodios de desbordamiento que las fuerzas de orden no pudieron controlar porque, como había ocurrido con las humillantes urnas del referéndum, desconocían la profundidad del enraizamiento popular del movimiento soberanista.

Algunos de estos episodios los describió el propio activista en los medios de comunicación. Para conmemorar el primer aniversario del 1 de octubre se ocuparon las vías del AVE en Girona, después se accedió a la delegación de la Generalitat para descolgar la bandera española y colgar la independentista, luego hubo una manifestación que se dirigió a la subdelegación del Gobierno, pero los Mossos d’Esquadra impidieron que pudiesen llegar. Mientras tanto, en Barcelona, esa noche se produjo un intento de ocupación del Parlament. El momento clave de ese desafío, que se había preparado desde diversas instancias como palanca para reactivar el procés, fue la sentencia dictada por el Tribunal Supremo contra los líderes independentistas. Octubre de 2019. Hubo un peligroso intento de ocupación del aeropuerto, cortes de carretera con el propósito de paralizar la economía y altercados en diversas ciudades catalanas, con enfrentamientos violentos, ahora sí, entre manifestantes y agentes de orden público. Fueron jornadas caóticas para los Mossos, el material de antidisturbios se agotaba. Las imágenes del centro de Barcelona tuvieron un impacto considerable en el resultado de las elecciones generales celebradas ese 10 de noviembre.

Lo hemos olvidado porque la distensión es una realidad, pero durante muchos meses en Cataluña se vivió en un clima de excepcionalidad. Para decirlo con las palabras del activista: existía “un contexto de movilizaciones casi permanentes y en clave rupturista, desafiantes y de desobediencia popular en la calle contra el Estado español”. No sorprendió que tanto en el pacto de gobierno de Pedro Sánchez con Podemos como en el de investidura con ERC apareciese la cuestión catalana como un asunto clave que el Ejecutivo se comprometía a resolver. Porque tras el estrepitoso fracaso del Ejecutivo de Rajoy a la hora de enfrentarse al procés, con una ayudita de una policía mafiosa y los altavoces habituales, la respuesta penal y la prisión preventiva no habían desactivado una movilización que parecía estar entrando en una cierta fase de radicalización. Iba a ser el momento, por fin, de la política. De seguridad y nacional. La concreción de este compromiso fue la concesión de los indultos. Todo cambió.

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La progresiva aceptación de la derrota, el paso del tiempo, la nueva época y los indultos han restablecido en buena medida la normalidad en Cataluña. Apenas hay protestas y, en paralelo, no hay encuesta que no certifique el aumento del rechazo al proyecto independentista. Hace diez días, la encuesta del CIS catalán. Este cambio no se explica sin las medidas adoptadas por el Gobierno progresista, pero esta labor no está siendo reivindicada por Pedro Sánchez durante la campaña. Al contrario. Se esconde como si fuera algo vergonzante. Es una demostración de la potencia del marco del antisanchismo, del relato establecido que caracteriza al presidente del Gobierno como un traidor a la nación. Esto también es falso. Y por patriotismo constructivo, frente a quienes patrimonializan España, ya sería hora de reivindicar este legado.

Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Escribe en la sección de 'Opinión' y coordina 'Babelia', el suplemento cultural de EL PAÍS.

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