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Columna
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Vox gana en la batalla por la atención

Es pronto para decirlo, porque curiosamente es el partido sobre cuya intención de voto hay más discrepancia en las encuestas, pero deben de estar encantados, entre todos les estamos haciendo la campaña

El presidente de Vox, Santiago Abascal (en el centro), junto a líderes del partido en Castilla y León, el viernes en Valladolid.
El presidente de Vox, Santiago Abascal (en el centro), junto a líderes del partido en Castilla y León, el viernes en Valladolid.PHOTOGENIC/EUROPA PRESS (PHOTOGENIC/EUROPA PRESS)
Fernando Vallespín

La campaña acaba de comenzar y ya estoy agotado. Mal síntoma, porque se supone que estos son los momentos en los que más debería de disfrutar un politólogo. Puede que uno empiece a sentir ya el peso de los años o, lo más probable, que la sucesión de elecciones sin la más mínima pausa para respirar sea la causa más probable de esta fatiga mental sobrevenida. Uno de los grandes atractivos de los sistemas democráticos es que tienden a ser bastante económicos a la hora de incorporar a los ciudadanos al proceso de decisiones. Por eso su participación se restringe casi al momento electoral. Es el instante en el que se les permite ser protagonistas, algo que está reñido con la situación de campaña permanente. Además, se trata de una campaña sin ilusiones, malmenorista: el objetivo es evitar que el otro gane, algo que coincide con esta época de progresivo declive del optimismo político.

No es casualidad, por tanto, que hasta ahora el protagonista indiscutible de este proceso electoral esté siendo Vox. Para el PP es un incordio que, seguramente en contra de sus previsiones, no ha sabido manejar. Su errática política de pactos en ayuntamientos y Comunidades Autónomas así lo indica. Y, en caso de mayoría de la derecha en las generales, es muy probable también que no estén dispuestos a dar su brazo a torcer. Tengo para mí que quienes votan a la derecha no le hacen ascos, casi nadie cambiará de bloque por el hecho de que puedan llegar al gobierno con el PP. Pero se me antoja que para Feijóo sí supone un problema. Un gobierno no monocolor del PP, como el que sí tiene Mitsotakis en Grecia, frustraría sus aspiraciones a convertirse en la referencia de la resurrección de los partidos conservadores en Europa. Con Vox en el gobierno sería uno de tantos que necesitan la muleta de la extrema derecha para hacerse con el poder. Por otra parte, sin embargo, si se debilita en exceso, dada la caprichosa forma en la que saltan los escaños entre los partidos menores en algunas circunscripciones, podría perder la mayoría de su bloque. Necesita debilitarlo, pero no en demasía, una curiosa paradoja.

La funcionalidad de Vox para la izquierda no exige mayor explicación. Es la mejor garantía para que no caiga en la melancolía y se movilice el día 23 de julio, más eficaz que el activismo de Sánchez en los medios. Este es tremendamente instrumental para opacar a Sumar, para impulsar al PSOE dentro de su bloque, pero no creo que lo sea tanto como para atraer votos del otro lado. El caso es que Vox se ha colocado en el centro de la atención mediática electoral y esto es una mala noticia. No ya solo por eso del que hablen de mí, aunque sea mal, sino por la misma idiosincrasia de la familia de partidos a la que pertenece, que se alimentan de su condición de outsiders dentro del sistema político. Es pronto para decirlo, porque curiosamente es el partido sobre cuya intención de voto hay más discrepancia en las encuestas, pero deben de estar encantados, entre todos les estamos haciendo la campaña.

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A pesar de que la mayoría de sus propuestas programáticas no pasarían un mínimo control de constitucionalidad, la verdad es que dan miedo. Un temor que se ve acentuado cuando tomamos conciencia de que, por ejemplo, sea el partido preferido de nuestros jóvenes. Algo deberemos estar haciendo mal entre todos cuando hay un partido que crece chupando la sangre que emana de las heridas de las fuerzas políticas establecidas. Nosferatu lo llamaba aquí el otro día José María Lasalle. Todo un acierto.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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