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Tribuna
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Ruinas de la naturaleza

Nunca en la historia hemos sido más conscientes de que el 95% de las especies que han existido están extintas

Exposicion Mamut en el CaixaForum de Madrid
Exposición 'Mamut, El Gigante de la Edad de Hielo' en el CaixaForum de Madrid.JUAN BARBOSA

Al otro lado del paseo del Prado, en Madrid, frente a la gran pinacoteca, puede contemplarse hasta finales de agosto una colosal pieza natural que rivaliza con cualquier obra de arte. Es el esqueleto del mamut siberiano que exhibe CaixaForum, un gigante de la Edad del Hielo, una especie extinta hace unos miles de años (los expertos debaten entre 3.500 y 10.000 años: la paleontología, como todas las ciencias, está llena de controversias y teorías en conflicto).

Los mamuts presiden el imaginario colectivo de los tiempos prehistóricos, tal y como los dinosaurios gobiernan el de las edades de la Tierra anteriores al ser humano. Poca gente sabe, sin embargo, que subiendo Recoletos y el paseo de la Castellana, en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, se pueden contemplar otros restos semejantes, entre los que destaca el megaterio, una especie de perezoso gigante que habitó las pampas argentinas y que fue el primer gran vertebrado extinto reconstruido en un museo en el mundo a finales del siglo XVIII.

Tenía lugar entonces la Revolución Francesa, apenas un ligero latido si la comparamos con la revolución que supuso en la historia del pensamiento la emergencia del tiempo profundo, esa escala que colocó al ser humano en su lugar, minúsculo y efímero, en la gran historia geológica y de la vida en este planeta. Ya la revolución copernicana había descentrado a la Tierra. La evolución y la selección natural le dieron al ser humano otro buen baño de humildad. La ciencia es lo que tiene: te sitúa y te dimensiona, dicho coloquialmente, te pone en tu sitio.

Los esqueletos fósiles de mamuts, dinosaurios y megaterios son ruinas de la naturaleza, si se prefiere, vanitas zoológicas, esos cuadros barrocos con calaveras y alegorías sobre la caducidad de la existencia que invitaban a la reflexión y al desprecio de las cosas mundanas. No sé si saludable, pero resulta muy instructivo colocarse frente a estos fósiles, admirarlos y experimentar algo del sublime abismo que nos aleja y a la vez nos acerca a estas formas de vida ya desaparecidas. Todos sentimos una secreta atracción por las ruinas, como advirtió Chateaubriand, el autor de la época napoleónica que escribió unas inolvidables Memorias de ultratumba, precisamente, y que mencionaba cómo cobramos conciencia de nuestra fragilidad y de la fugacidad de la existencia ante los monumentos destruidos.

Cada época fabrica su pasado e imagina su futuro con sus sueños y temores. En la época napoleónica, Cuvier, el naturalista que identificó el megaterio, retrató un pasado profundo salpicado de revoluciones y catástrofes. En la época victoriana, cuando los dinosaurios saltaron al estrellato de la paleontología, el darwinismo desplazó sobre el pasado remoto la lucha por la vida, la selección natural y la competición entre las especies. En la época de la Guerra Fría, el fantasma del apocalipsis nuclear colonizó el imaginario de cómo se extinguieron los dinosaurios, con la tesis del asteroide elaborada por Luis y Walter Álvarez (un físico y un geólogo norteamericanos, padre e hijo, descendientes de un médico español que emigró a Estados Unidos).

Hoy día pensamos la extinción asociada al cambio climático y la acción del hombre sobre el medio y sobre otras especies, las consecuencias del Antropoceno, una edad que hace 30 años, sencillamente, no existía. El calentamiento global y las amenazas a la biodiversidad, los riesgos que hoy vislumbramos mejor que nunca, impregnan también nuestros relatos del pasado, lo que no es una novedad: antiguamente el Génesis y el diluvio servían para explicar el origen y la distribución de las especies sobre la corteza terrestre. Esto no significa que nos inventemos el pasado ni que todas las teorías sean iguales, por no mencionar las diferencias entre ciencia, creencia y majadería (el terraplanismo, por ejemplo, o el negacionismo del cambio climático). Lo que significa es que construimos el pasado con nuestras preocupaciones actuales. Nunca en la historia de la humanidad hemos sido más conscientes que ahora de que el 95% de las especies que han existido están extintas, que todas están condenadas a desaparecer y que la codicia humana puede alterar y de hecho ha alterado la vida sobre este planeta.

Los elefantes, parientes de aquellos mamuts lanudos, viven hoy seriamente amenazados. El maltrato, la deforestación y el comercio ilegal de marfil han puesto a las tres especies vivas de elefantes (una asiática y dos africanas) en riesgo de extinción, algo que de producirse sería una catástrofe en toda regla, y no perder o ganar unas elecciones o una liga de campeones.


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