María Guardiola, víctima del guerrismo en el PP
La derecha no está para juegos: ninguna carrera política personalista puede descarrilar los planes de llegar a La Moncloa
María Guardiola responde a ese viejo mantra político sobre que “los barones, en guerra, son soldados”. Llega la recogida de cable de la líder extremeña del Partido Popular sobre su repudio a Vox. Y eso demuestra que el afán de poder de la derecha está por encima de remilgos morales. La izquierda fue naíf al encumbrar a Guardiola a los altares de la moderación cuando la ultraderecha no es ningún placer culpable ya para Génova 13.
Es la pulsión más guerrista de este PP reino de taifas: “El que se mueva no sale en la foto”, como solía decir Alfonso Guerra. La extremeña se pliega así a las declaraciones de Isabel Díaz Ayuso en el diario El Mundo sobre que el “momento decisivo” obligaba a “encontrarse con Vox pese a discrepar”. El gran predicamento de la madrileña revienta otro mantra común entre el progresismo: Ayuso no es un obstáculo para Alberto Núñez Feijóo. Al contrario: supone el mayor pegamento discursivo para desacomplejar a la derecha, a la hora de secar el poder territorial de la izquierda, ya sea en Baleares, Comunidad Valenciana o Extremadura.
Así que Guardiola está a poco de pasar a la posteridad por su reculada como baronesa cuasi díscola. Fue fácil criticar a un Vox negacionista de la violencia de género. Lo difícil ha sido asumir las consecuencias de ir a una repetición electoral y perder eventualmente la Junta de Extremadura. Pero la derecha no está para juegos: ninguna carrera política personalista puede descarrilar los planes de llegar a La Moncloa.
El caso es que Génova 13 venía haciendo gala de un supuesto libre albedrío de los barones, en este PP de apariencia tan federalizada. Feijóo hasta parecía una especie de víctima de los pactos regionales con la ultraderecha. Es ya dudoso. Por ejemplo, en la Comunidad Valenciana fue precisamente el portavoz nacional Borja Sémper quien fijó en público el veto al líder valenciano de Vox —condenado por violencia psíquica a su exmujer— que más tarde acabó aplicando Carlos Mazón para ser presidente autonómico, casualmente.
El caso Guardiola deja así dos lecturas ejemplificantes. Primero, que Vox no es una opción, sino la tabla de salvación de Feijóo, a la que se agarrarán cuantos consideren —aunque puedan priorizar a partidos regionalistas como en Cantabria o Canarias en ciertos territorios—. Segundo, que las voluntades personales contra la ultraderecha valen hoy nada en el PP porque el engranaje de poder se mueve con más fuerza que los principios morales.
La realidad es que las posibilidades de Guardiola eran limitadas tras su crítica tan sonada a Vox. Mantener sus principios suponía arriesgarse a unas elecciones donde el PSOE podría haber reeditado su poder en la Junta, poniendo fin a la carrera política de la extremeña. Mantener esos mismos principios la obligaría ahora a marcharse, después de ver su impulso inicial doblegado.
Se demuestra que ser aplaudida por los ajenos no cotiza al alza en este mapa partidista tan polarizado. La duda es si pasará factura en las urnas. Según la última encuesta de 40dB. para EL PAÍS, un 31,5% de quienes no saben si hoy votarían al PP —pese a haberlo hecho en 2019— se echaría para atrás por ponérselo tan difícil a Vox para acordar. Solo un 18,7% no votaría al PP precisamente por temor a que pacte con Vox. El primer grupo está más escorado a la derecha que el segundo, de acuerdo con el sondeo.
Y muchos se preguntan qué buscaba Guardiola con tanto giro. Quizás la traicionó la vertiente mediática de la política actual, esa adrenalina de estar en el centro del debate público. Es decir, sentirse una “una Ayuso superstar”, como creen algunos. Otros pragmáticos consideran que su objetivo era forzar que Vox se quedara fuera del Gobierno, tal que su influencia programática no la escorara, para anularlo de cara a una siguiente legislatura.
Aunque el principal beneficiado de la reculada de la líder extremeña es ya Vox. Feijóo soñaría llegar a La Moncloa sacando una mayoría amplia que, junto a algunos votos de PNV o Coalición Canaria, obligara a la ultraderecha a abstenerse para que el PP gobierne. Pero legitimar a Vox en Extremadura laminando las baronías o contrapesos moderados en el PP tiene un precio: que Santiago Abascal sea consciente de su poder negociador y se empodere, no cediendo como pretenden en Génova 13. María Guardiola, de traidora a precedente. Ayuso tendrá un papel clave también tras el 23-J.
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