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Tribuna
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¿La ultraderecha tiene límite?

Los pactos alcanzados entre el PP y Vox desechan conceptos que salvan vidas. La eliminación de “violencia machista” y su sustitución por “violencia intrafamiliar” no es un asunto menor

Tribuna Hernández 21/06/23
QUINTATINTA

Las palabras son performativas porque son capaces de definir lo borroso. Las palabras dan cuerpo a lo que solo flota en el aire. Nombrar la violencia y la desigualdad edulcorada como modelo de vida y familia tradicional es uno de los principales avances democráticos en España. Las feministas nombramos porque otras ya nos enseñaron que el silencio no nos protegerá. Llamamos violencia machista, violencia vicaria o acoso callejero a lo que antes era “violencia o asunto familiar”, “crimen pasional” o “piropos”. Solo nombrando el origen de la violencia podemos combatirla. Desde el feminismo hemos nombrado la violencia que sufrimos porque es condición de posibilidad de una vida en igualdad.

Victor Klemperer escribió en La lengua del Tercer Reich que las palabras contienen dosis ínfimas de arsénico; uno las consume sin apenas darse cuenta y pasado un tiempo ejercen su efecto letal. Explica el filólogo alemán que el nazismo no generó un vocabulario específico, sino que se limitó a dar un significado distinto a palabras comunes. A fuerza de una repetición sistemática, el nazismo generó un marco en el que las palabras eran utilizadas de manera perversa. Por ejemplo, “hombre judío” no hacía referencia exactamente a un hombre. La advertencia de Klemperer es sencilla: todo empieza por las palabras. A fuerza de repetir consignas, se deshumaniza, y a fuerza de repetir frases, se borra el significado. Se cambia la realidad.

Podría parecer exagerada traer a hoy la comparación con el nazismo. Abramos la mirada. Las leyes contra las personas LGTBI en las escuelas de Hungría desembocaron en “pueblos libres de personas LGTB”. En enero de 2022, Agnieszka T., que estaba embarazada de gemelos, murió en Polonia porque no se le extrajo el feto sin vida de uno de ellos por una decisión médica basada en una legislación contraria al aborto. En Florida, Estados Unidos, una nueva ley impide que niños y niñas hablen de la regla hasta que tengan doce años. Este es también el mundo de hoy.

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Los pactos de gobierno entre el Partido Popular y Vox cerrados estos días desechan conceptos que salvan vidas. Son un paso atrás porque elimina la “violencia machista” y la sustituye por “violencia intrafamiliar”. No es un asunto menor, es un intento de borrar que el machismo es el origen de la violencia de género. La violencia intrafamiliar es la que se produce entre miembros de una familia con previa convivencia; pueden ser víctimas tanto hombres como mujeres, ya recogida en el Código Penal. La violencia machista es otra cosa. Es fruto de la desigualdad entre mujeres y hombres y que también se manifiesta en las relaciones de pareja. Para controlar a sus víctimas, los maltratadores ejercen violencia física, sexual o psicológica sobre las mujeres. La violencia machista es un proceso. El maltratador despliega estrategias de cosificación y degradación de la víctima hasta convertirla en un “objeto” sin capacidad de elegir o desear. Sin capacidad de nombrar sus necesidades. El maltratador deposita sobre la mujer la responsabilidad de todos los problemas, hasta el punto de que las víctimas se sienten culpables por la violencia que sufren. El maltratador manipula a la víctima para hacerla dudar, la aísla de su entorno social y laboral, la intimida. Las víctimas sienten miedo. Miedo a molestar, miedo a que se enfade, miedo a que la comida esté fría, miedo a meterse con él en la cama. Sienten culpa, culpa de la violencia, culpa de no saber protegerse, culpa de no saber salir de ahí. Hay golpes, agresiones sexuales, vejaciones... Esta es la situación de terror que causan quienes supuestamente debían amarlas, protegerlas y cuidarlas. Y no es comparable a otra violencia; es simplemente distinta.

Por tanto, la violencia de género y la violencia intrafamiliar son dos tipos de violencia diferente. Tienen motivaciones y orígenes muy distintos. Y ambas necesitan y tienen ya respuesta en nuestro ordenamiento jurídico. Se llama violencia de género o violencia machista porque solo nombrando el origen podremos erradicarla. Ignorar que esta violencia existe porque existe la desigualdad entre mujeres y hombres es también renunciar a combatirla. Nadie puede luchar contra algo que no reconoce.

Las palabras nunca son solo palabras. El PP está cediendo ante una postura negacionista de la violencia de género, que suma ya más de 1.200 asesinatos de mujeres y 49 asesinatos de niños/as. En este contexto, el de un asesinato machista cada seis días y de 500 denuncias diarias, el PP entrega a Vox en la Comunidad Valenciana las competencias de justicia, área de la que depende la protección de las víctimas de la violencia machista. En este contexto, con 22 mujeres asesinadas y 23 menores huérfanos en el primer semestre de 2023, la derecha y la ultraderecha están pactando en numerosos ayuntamientos eliminar las concejalías que impulsan las políticas de igualdad. Están eliminando las concejalías de igualdad. Lo escribo y todavía no lo creo.

No conozco mayor retroceso en materia de igualdad en España. El PP no se caracteriza por promover avances en igualdad, pero nunca ha tenido el valor para hacer una enmienda a la totalidad como la que estamos viviendo. Estamos en un escenario nunca antes visto en democracia. Hay un terrorismo en España que mata, y un partido extremista —uno de cuyos principales ejes es negar esa violencia— es el socio de gobierno del PP. Eliminar las concejalías de igualdad, ¿será suficiente? ¿Qué va a pasar con los programas de coeducación? ¿Cómo va a impactar en las víctimas que haya responsables de políticas y presupuestos públicos que nieguen esa violencia? ¿Tendrán miedo las adolescentes a denunciar una agresión? ¿Qué va a ocurrir con la interrupción voluntaria del embarazo? ¿Sabe el señor Feijóo si la ultraderecha tiene límite?

Vivimos tiempos excelentes para la estupidez. Tiempos bárbaros para quienes nos sostenemos en los datos, el conocimiento y la duda. Argumentar seriamente que la desigualdad de las mujeres existe es intelectualmente complejo. A veces pienso que el esfuerzo que hacemos las feministas para explicar —una y otra vez, una y otra vez— la gravedad de la violencia machista es tirar margaritas a los cerdos. ¿Cómo es posible asumir que la violencia contra la mitad de la población no importe a muchos ciudadanos? ¿Cómo es posible avanzar tan lento y retroceder tan rápido? ¿Vale la pena el esfuerzo personal de cada una de nosotras? Luego pienso que, mientras yo escribo (y usted lee), hay una mujer viviendo ese terror. ¿Una? No, miles. No, ningún tiempo invertido en la defensa de las mujeres es tiempo perdido. No se puede desvanecer tanto esfuerzo y conocimiento ahora. Frente a quienes manipulan negando la violencia machista, levantemos la voz, escribamos, hablemos. Nombremos. Porque, para muchas mujeres, es, literalmente, una cuestión de vida o muerte.

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