_
_
_
_
COLUMNA
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Un atraco casi perfecto

La escena ilustra algo difusamente la relación entre el medio y los fines, y cómo estos pueden cambiar dependiendo del medio con el que se busquen (no es un artículo político, pero hagan los paralelismos que consideren)

Una carrera de los Sanfermines de 2018.
Una carrera de los Sanfermines de 2018.ANDER GILLENEA (AFP)
Manuel Jabois

Una vez, hace muchos años, atracaron el banco en el que trabajaba mi padre. Era una época mala en Pontevedra, supongo que años ochenta, y aquel era el tercer o cuarto robo en poco tiempo. Quizá debido a eso, hartos de los sustos que se llevaban y la impotencia que sentían, los empleados echaron a correr detrás del atracador en cuanto este salió a la calle. La oficina estaba en el centro de la ciudad, así que la persecución debió de ser muy cinematográfica; lo mismo el que escapaba era el mismísimo Mark Renton. Lo que nadie previó fue el desenlace. Uno de los empleados, de zancada poderosa, dejó pronto atrás a mi padre y al resto de sus compañeros, acercándose peligrosamente al ladrón. Tan intensa era su carrera, y tan enchufado estaba, que decidió, cuando lo tuvo a tiro, adelantarlo. Se permitió, llegada la hora de la verdad, darse ese lujo fantástico. Lo pasó como un avión. Dejó tan descompuesto al atracador que este, cuya primera intención fue seguirle el ritmo, bajó los brazos y se declaró derrotado. A la gente que había salido a las puertas de los bares y los comercios solo le faltó aplaudir. Más tarde, este empleado explicaría que al irle comiendo terreno al caco, y tenerlo tan cerca, tuvo el impulso irrefrenable no de capturarle sino de algo aún mejor: ganarle.

La escena ilustra algo difusamente la relación entre el medio y los fines, y cómo estos pueden cambiar dependiendo del medio con el que se busquen (no es un artículo político, pero hagan los paralelismos que consideren). También ilustra la fuerza del orgullo, que a veces nos hace olvidar el objetivo o cambiarlo por uno más estúpido pero placentero, que es dejar atrás a alguien que va delante: esas cosas siempre emocionan. Correr ayuda porque, como con ciertas pasiones, uno empieza y no sabe por qué empezó.

Cuando era joven fui a los Sanfermines con tan mala suerte que la noche anterior salí —cosa sin lógica allí— y al final me quedé dormido en el portal de una de las calles por las que iban a pasar los toros. Me desperté de una forma que no me volveré a despertar en la vida, con seis animales a distancia corriendo como alma que los lleva el diablo persiguiendo a una marabunta que me iba a atropellar a mí. Me sumergí aún quitándome las legañas de los ojos, prácticamente entre bostezos, y me fueron adelantando algunos toros. Pero yo ya había cogido ritmo de crucero, y cerré los ojos y me puse a adelantarlos a ellos, teniendo de nuevo una docena de cuernos detrás. La vida es tejer y destejer, como Penélope, pero en aquellos segundos no pensaba en eso sino en algo mucho más difícil: no acelerar cuando la adrenalina te lo está pidiendo a gritos. Como esos velocistas favoritos que compiten para pasar a la final de 100 metros lisos pero cuidándose de no hacer récord del mundo. Como esos, digo, pero con toros.

Una de las preguntas clásicas del ser humano es “¿qué hemos venido a hacer aquí?”. Por supuesto, no tiene respuesta. Naces, creces y, cuando llegas a la edad adulta, pierdes de vista cualquier objetivo por darte un pequeño placer que compensa cualquier cosa. ¿Valoraste las consecuencias? Evidentemente no, por eso da tanto gusto. Ya hay que querer mucho un reloj de oro para, en caso de que te lo roben y ya metido en la faena de la persecución, no darte el placer de adelantar al ladrón en lugar de recuperar el reloj.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_