Planes de guerra y de paz
Los contendientes se sentarán a negociar cuando uno de ellos o ambos queden sin fuerzas para seguir combatiendo. O cuando el agotamiento político y económico alcance a sus aliados
Así como no hay planes de guerra que resistan el contacto con el enemigo, tampoco hay planes de paz que sirvan como receta milagrosa. De la fragilidad de los primeros sabe mucho Vladímir Putin, que vio arruinado el suyo inicial con el que pretendía tumbar a su enemigo en tres días. Y de la improbable eficacia de los segundos también saben los gobernantes que los proponen, desde Emmanuel Macron, que lo intentó antes de que la guerra empezara, hasta los mandatarios africanos que se han desplazado esta pasada semana a Kiev y San Petersburgo para presentar el de la Unión Africana y recibir como respuesta el correspondiente jarro de agua fría tanto de Putin como de Volodímir Zelenski.
Es larga la lista de quienes han ofrecido su voluntariosa aunque no siempre desinteresada mediación: China, Indonesia, Brasil, el Vaticano... Entre todos destaca el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, y no tan solo por el acuerdo para reanudar el tráfico por el mar Negro de los buques que transportan cereales. Bajo sus auspicios se celebró también una ronda de contactos en marzo de 2022 entre representantes rusos y ucranios en la que estos últimos mostraron su disposición a renunciar al ingreso en la OTAN a cambio de que un grupo de países garantizara su seguridad, su soberanía y su integridad territorial.
Previamente, se habían producido dos rondas de diálogo en Bielorussia, pero fue en Turquía donde los dos bandos se sintieron más confortables y cerca de un alto el fuego, según el historiador Serhii Plokhy en su reciente libro La guerra ruso-ucrania. El retorno de la historia. Turquía ofrece unas condiciones excepcionales, como país de la OTAN que no sigue la política de sanciones pero suministra drones militares a Ucrania, por lo que no se puede descartar que juegue algún papel decisivo en el futuro. Aquellas conversaciones quedaron arruinadas por las matanzas rusas de civiles, especialmente en Bucha, a las que reaccionó la Corte Penal Internacional con una orden de detención contra Vladímir Putin.
El paso del tiempo agrava la guerra y a la vez hace más urgente pero también más cara la paz. Ahora Kiev no va a renunciar a la justicia, tal como propone el plan de paz africano, que excluye enjuiciar al presidente ruso. Tampoco renunciará al ingreso en la OTAN, tal como se deduce del plan chino. Las demandas de desescalada militar de las dos partes gustan en Moscú, pero suenan a hueco en Kiev, donde nadie confunde legítima defensa con escalada.
No serán las buenas, equidistantes y a veces apaciguadoras ideas de los mediadores las que traerán la paz. Los contendientes se sentarán a negociar cuando uno de ellos o ambos queden sin fuerzas para seguir combatiendo. O cuando el agotamiento político y económico también alcance a los aliados de unos y otros, a Estados Unidos y la OTAN de un lado, y a China de otro, y sean estos los que impongan, si pueden, el cese de hostilidades.
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