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Columna
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‘Todes’ menos Montero

Pedirle sensatez a quien sigue sacando pecho por una ley que ha reducido la condena de violadores y pederastas es perder el tiempo

Irene Montero
La ministra de Igualdad, Irene Montero, el pasado 25 de mayo, en Santander.Pedro Puente Hoyos (EFE)
Ana Iris Simón

En 1999, a los hermanos Muñoz se les apareció en sueños el de en medio de Los Chichos y le escribieron una rumbita. A mí, que tengo peor suerte, no me visita El Jero sino Irene Montero, que lleva unas semanas apareciéndoseme. Aunque con variaciones, el sueño siempre es el mismo: la ministra de Igualdad es una más de las madres del parque, con la que pego la hebra y acabo desarrollando esa intimidad casi ridícula que se da mientras una empuja un columpio.

Montero me habla de sus críos y de lo mal que se siente cuando llega a casa y ya están para acostarse. Estoy tentada de responderle “hermana, yo sí te creo” pero me contengo, porque de pronto se me revela humana, muy humana, así que no le hago ningún chascarrillo.

Tampoco le mento la rebaja de las penas, ni le digo que en qué quedamos, si en que no hay juguetes de niño ni de niña o en que a nada que mi chaval quiera pintarse las uñas o disfrazarse de Frozen tengo que decirle que su pronombre sentido es “she” y que, como le voceaban a Redondo en los noventa por llevar el pelo a taza, “es una niña”. No la pongo en el brete de pedirle que me defina lo que es una mujer, ni le pregunto si de verdad no había otra menos bocachancla que Pam a la que darle el cargo, ni le reprocho que anda que no dieron la castaña con que en política sobraba testosterona y había que feminizar los puestos de poder. Total, para acabar representando esta sorora y decadente pugna mujeril.

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Simplemente, la escucho y me escucha, y cuando nos despedimos pienso en que vaya papeleta ponerse a bañar críos y a leer El Monstruo de colores mientras un país entero te pone a caer de un burro y, sobre todo, mientras los tuyos te apuñalan.

El caso es que no sé qué hacer con mi sueño, porque para rumbita no da. En 2015, un amigo de la familia, que es mormón, votó a Podemos porque Pablo Iglesias se le apareció en sueños después de una oración que tenía por objetivo orientar su voto. No sé si con su visita Irene querrá guiar el mío, y en caso de que así fuera, no sabría interpretar en qué sentido.

Seguramente lo más sensato por su parte habría sido imitar a Garzón y, consciente de que resta más que suma, haberse vetado a sí misma. Pero pedirle sensatez a quien sigue sacando pecho por una ley que ha reducido la condena de violadores y pederastas es perder el tiempo.

El Ministerio de Igualdad le ha hecho un flaco favor a la causa en la que cree, el feminismo, pero no es eso lo que le critican los suyos, que aplauden su ley trans y su solo sí es sí pero la repudian a ella. Y es verdad que su soberbia es más grande que sus meteduras de pata, pero también lo es que mejor soberbio que traidor. Es cierto que está feo invertir dinero público en campañas estúpidas para normalizar a las gordas en las playas, como si Benidorm no estuviera lleno de señoras orondas, pero también lo está hablar en público como si una “fuera a entregar un Goya y, sin micros, negocia como si te fuera a sacar los ojos”.

Resultó que al final el cielo no se tomaba por asalto sino por consenso. Un consenso fraguado en un “proceso de escucha” en el que, inexplicablemente, caben todes salvo los ministros del Gobierno más progresista de la galaxia. Ese que ha sido excelso según sus palmeros, ese que se aspira a revalidar.

Sobre la firma

Ana Iris Simón
Ana Iris Simón es de Campo de Criptana (Ciudad Real), comenzó su andadura como periodista primero en 'Telva' y luego en 'Vice España'. Ha colaborado en 'La Ventana' de la Cadena SER y ha trabajado para Playz de RTVE. Su primer libro es 'Feria' (Círculo de Tiza). En EL PAÍS firma artículos de opinión.

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