En medio de Los Chichos
El otro día, en el Palau Sant Jordi, una multitud formada por niños, adolescentes, adultos y algún abuelo prematuro coreaba al dúo Estopa, digno representante de la rumba pop con denominación de origen extrarradio. Entre las canciones entonadas por el público sonó una que forma parte de un disco del que llevan vendidos más de un millón de ejemplares y cuya letra dice así: 'El de en medio de Los Chichos/ se me ha aparecío en sueños/ se me ha aparecío y me ha dicho/ 'de tu tumba soy el dueño'/ el de en medio de Los Chichos/ me ha dicho que en la otra vida/ se le han olvidado las penas/ se acuerda de la alegría/ me ha dicho que está muy solo/ que no tiene compañía'. Pues bien: el de en medio de Los Chichos se llamaba Juan Antonio Jiménez, alias El Jero. Supongo que los Estopa le describen así porque en las carátulas de los discos y los pósteres aparecía entre los otros dos componentes (Julio y Emilio) del trío Los Chichos, institución de la música de autos de choque que, tras 27 años de existencia, todavía sigue dando guerra.
Dicen que Los Chichos han vendido más de 15 millones de discos y recorrido cerca de tres millones de kilómetros. La línea de salida de esta larga trayectoria hay que buscarla a principios de los setenta, en Madrid, en barrios como Caño Roto, que vio nacer a los grupos que electrificaron, nonainoná, la rumba gitana. La ch era entonces la letra de moda: Chichos, Chorbos y Chunguitos formaron la armada que apareció para desbancar a la rumba que se hacía, con mayor respeto a la tradición pero menos comercialidad, en Cataluña. En sus primeros años, Los Chichos despuntaron por el atrevimiento de sus arreglos, de un psicodélico casi kitsch. Y también por algunas composiciones de las que muchas veces era autor El Jero. Así lo describe El Vaquilla en su libro: 'Es noble y auténtico. Va vestido completamente de vaquero. Luce su media melena y su eterna sonrisa'. Y sobre Los Chichos, añade: 'La música de estos tres chavales ya forma parte de los sentimientos de toda una generación que hemos vivido desde la subcultura de la marginación social'. No sé ahora, pero durante muchos años la canción Quiero ser libre, compuesta por El Jero en 1974, se convirtió en el himno de los presos comunes. Pero también acompañó a los que estaban fuera, soportando mutaciones sociales difíciles de superar, como la destrucción de los códigos familiares y de los métodos de supervivencia de la comunidad gitana que provocó la heroína, a la que fue necesario combatir con armas terrenales y munición espiritual, de las que algunos se arrepienten casi tanto como de haber probado la droga.
El mundo poético de El Jero y de los otros miembros del grupo insistía en tratar del amor y sus circunstancias. Mujeres crueles que se marchan con el dueño de un bar. Engaños de gitanas que se lo hacen con payos, 'con ese jambo que vive enfrente/ que tiene coche y tiene dinero'. Varones que amenazan a sus novias infieles. Y, como telón de fondo, un paisaje socialmente caldeado en el que, sin embargo, siempre hay un lugar para el amor, la amistad, la fiesta y la esperanza. 'Me han dicho que te lo haces/ con un hombre de la noche' o, en dirección contraria, 'tengo un amor en la calle/ que pone precio a su cuerpo'. O ese desgarrador remordimiento del hijo bala perdida que acude a pedirle perdón a su madre: 'Tú me has dado la vida que tengo'. Los Chichos eran capaces de convertir en bailables auténticos docudramas. ¿Prostitución? 'Bastante desgracia tienes/ que te tienes que vender/ con el primero que llegue'. ¿Marginalidad? En la canción Campo de la Bota, esta frase lo dice todo: 'Aquí mueren los chivatos'. ¿Fatalidad? 'El cristal cuando se empaña/ se limpia y vuelve a brillar'. ¿Turismo? 'Qué tendrá Marbella/ que aquí todo el mundo/ se coloca/ coloca'.
Las casetes de Los Chichos mandaron durante décadas en los expositores de las gasolineras. Triunfaron en los altavoces de las ferias ambulantes y arrasaron en bares de madrugada con alcohol de garrafa y humeantes timbas clandestinas detrás de cortinas empapadas de, nonainoná, ambientador. De vez en cuando, entre acorde y acorde, los componentes del grupo se permitían algunas exclamaciones de brillantísimo efecto, como aquel 'vamos a echarle caldo/ que los garbanzos están duros', que elevaron a la categoría de olé, primo hermano del grito que sus palmeros le daban a Camarón: 'Venga, Camarón, que tú podrías cantar mudo'. Según un escueto despacho de la agencia Efe, Juan Antonio Jiménez, alias El Jero, actualmente conocido como el de en medio de Los Chichos, saltó por la ventana de un piso del barrio madrileño de Entrevías un día de octubre de 1995. Llevaba cinco años separado del grupo, intentando levantar una carrera en solitario que, por lo visto, no cuajó. Ahora se aparece en los sueños de un dúo llamado Estopa y miles de personas corean su descripción en el Sant Jordi. La leyenda, pues, continúa.
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