Manzanas
Cézanne hizo de los bodegones con esta fruta una de las características de su pintura
Era terco y huraño; su padre, un rico burgués de Aix-en-Provence, lo consideró siempre un pintamonas; Zola, su amigo de infancia, pensó que era un artista fracasado y sus compañeros, los pintores impresionistas, un misántropo descarriado. El marchante Ambroise Vollard fue el primero en percibir el genio de Cézanne cuya pintura rompió todas las amarras del siglo XX y abrió las puertas al cubismo de Picasso, al fauvismo de Matisse y al abstracto de Kandinsky. Llevó una vida bohemia en París hasta el punto que un día rehusó darle la mano a Manet porque, según le confesó, hacía diez días que no se la había lavado. Su carácter colérico e indomable le impulsaba a arrojar los pinceles contra la pared cuando en el lienzo no aparecía lo que con tanto ahínco buscaba. A la muerte del padre, libre de su tiranía, volvió a Aix y se instaló en la vieja casona familiar rodeada de un jardín donde cerca de la ventana de su estudio crecía un manzano. Los bodegones con manzanas son muy característicos de Paul Cézanne. Las modulaba en planos con espátula buscando la estructura de la materia y si no le gustaban, lleno de ira, lanzaba los lienzos por la ventana y unos caían en tierra, otros quedaban en la copa del manzano colgados de sus ramas. Cuando en octubre de 1906 murió el pintor, Ambroise Vollard bajó a Aix-en-Provence dispuesto a comprar todos sus cuadros. No había familia en el pueblo que no tuviera abandonada en el desván una de sus obras recibida de regalo. Al llegar a la casona el marchante Vollard se encontró en el jardín con el manzano lleno de fruta. Unas manzanas eran de verdad y otras aparecían en los cuadros que había pintado Cézanne. Todas pendían de las mismas ramas. Si ese milagro se hubiera dado en el árbol de la ciencia que crecía en el paraíso terrenal, se preguntó Vollard ¿qué clase de manzana hubiera elegido la serpiente para tentar a Adán?
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