La cosa
Tiene uno la impresión de que algo invisible y perverso, algo alienígena, se ha colado en nuestras existencias
La noticia de las gemelas que presuntamente se suicidaron hace poco en Oviedo generó a su alrededor un vacío semejante al que sufren los personajes de las películas cuando un golpe físico o psicológico los aísla temporalmente de la realidad: lo que se llama entrar en shock. Y ahí seguimos algunos, ajenos al ruido ambiental, observándolas caer indefinidamente porque no logramos desgastar una emoción que carece de fondo. No había más que eso: dos niñas de 12 años que salieron de su casa, situada en el cuarto piso de un edificio, con sus mochilas a la espalda, como para ir a clase. Dos crías que subieron clandestinamente desde esa planta hasta la sexta al objeto de no fallar. Dos chiquillas que se quitaron las mochilas, abandonándolas delicadamente en las escaleras. Dos ángeles sin alas que abrieron una ventana por la que se arrojaron al vacío, quizá cogidas de la mano.
Los matrimonios intercambiamos frente a la tele una mirada de desasosiego. En las casas donde había niños o niñas, los padres observaron a sus hijos con un punto de terror. No escuchéis esto, parecían rogarles con los ojos. Flotaba en el aire la idea de que todos éramos responsables de esas muertes, de ahí la envergadura del aturdimiento. ¿Qué he hecho, qué hemos hecho? No hacía mucho, otras dos gemelas, en Sallent (Barcelona), habían tomado la misma decisión. Todavía, cuando nos vamos a la cama, vemos las dos mochilas idénticas sobre un peldaño de las escaleras e intentamos imaginar su contenido: quizá un bocadillo para el recreo, unos cuadernos de caligrafía, un libro de Conocimiento del Medio. Tal vez fue el conocimiento de su medio, del medio en el que se desarrollaban sus vidas, lo que las impulsó a volar.
Tiene uno la impresión de que algo invisible y perverso, algo alienígena, como en aquella película, La cosa, se ha colado en nuestras existencias.
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