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ANATOMÍA DE TWITTER
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Violencia policial

Escenas cotidianas de gran dureza, grabadas una tarde cualquiera, en una ciudad española

Imagen de la detención en Mataró extraída del vídeo originado en TikTok y viralizado en redes.
Imagen de la detención en Mataró extraída del vídeo originado en TikTok y viralizado en redes.

Hay un vídeo en Twitter que pone los pelos de punta. Fue grabado hace un par de días en Mataró, un municipio de 128.000 habitantes en la provincia de Barcelona. Lo primero que se ve es a un policía local, alto, fuerte, que derriba a un hombre de entre 50 y 60 años y trata de inmovilizarlo con gran violencia, una violencia directamente proporcional a su torpeza para ponerle las esposas. Unos vecinos intentan grabar la escena, y lo consiguen a pesar de que otros policías municipales tratan de impedírselo. Lo que se ve en los minutos siguientes —en los dos minutos y 20 segundos siguientes, eternos para cualquiera con algo de sensibilidad— es al policía sentado a horcajadas sobre el vecino, apretándole el cuello con sus manos, retorciéndole los brazos, colocando su codo sobre la cabeza de la persona que intenta detener para fijarla en la acera… El hombre grita, los vecinos —que por las voces parecen cuatro o cinco, no más—, también. Unos dicen “¡grábalo, grábalo!”, otro —vestido con ropa de faena y una gorra azul— trata de mediar: “Dejadlo ya, mirad lo que le estáis haciendo al pobre hombre”. El agente que lleva dos minutos forcejando con el vecino sin lograr ponerle las esposas se levanta entonces y golpea con una porra extensible al vecino que trata de mediar. Un golpe, otro, se le cae la porra, un empujón. El agredido no hace nada. Se queda estático, recibiendo los porrazos; mira a sus vecinos con cara de no entender nada. De pronto, uno de los policías grita “¡código uno!, ¡código uno!” y segundos después se oye la sirena de un patrullero. Llegan más agentes y, porra en mano, separan a quienes tratan de interceder. Un niño llora.

Al repasar la grabación, que procede de TikTok y que ha subido a Twitter una usuaria llamada Sonia, se aprecia lo que el hombre ha estado gritando desde el suelo, bajo el peso y la presión del policía, con el rostro congestionado: “Mi mamá, mi mamá…”.

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A veces, uno ve estas grabaciones —sin datar, sin contextualizar— y pasa de puntillas a otra cosa, con el mal sabor de la violencia desproporcionada, tratando tal vez de que la vorágine propia de las redes sociales se lleve las imágenes por el sumidero. Pero en este caso hay algo de próximo, tal vez de familiar, que invita a volver sobre el asunto, a querer saber más. Se ve una calle limpia, un velador con unas sillas vacías alrededor, un café y una cerveza a medio consumir; edificios recién construidos, como de barrio nuevo de las afueras.

En el pequeño hilo de Twitter hay más vídeos, y en ellos, las voces de algunos vecinos aportan algo de contexto. Una mujer joven que tiene entre sus manos las de una señora mayor le dice a un policía: “Por el amor de Dios, que el hombre venía a buscar a la madre...”. El detenido —ya se le ve en las imágenes esposado con las manos a la espalda— había acudido a recoger a su madre, enferma de Alzhéimer y, como no había aparcamiento, dejó su coche sobre la acera. La policía llegó, le pidió que se identificara, al parecer se inició una discusión… La voz de un vecino que no se ve en el vídeo le dice a uno de los policías recién llegados, mientras señala al agente joven, alto y fuerte que tiró al hombre al suelo: “Lo hemos visto todos, ese muchacho ha perdido los papeles, y bien perdidos. Está todo grabado”. Su hijo llora: “Papá, por favor, no digas nada, ya está”.

Una ciudad ni grande ni pequeña, al lado mismo de Barcelona, una tarde de sol, después del trabajo. Tal vez lo que más impacta del vídeo sea precisamente eso, el chispazo de la violencia gratuita, de uniforme, a plena luz del día.

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