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Columna
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Evitar el eje Pekín-Moscú

El final de la guerra depende de muchos factores, militares sobre todo, pero también del comportamiento de China

Encuentro entre el presidente chino, Xi Jinping, y el presidente ruso, Vladímir Putin, el 21 de marzo en Moscú.
Encuentro entre el presidente chino, Xi Jinping, y el presidente ruso, Vladímir Putin, el 21 de marzo en Moscú.Contributor (Getty Images)
Lluís Bassets

El desenlace depende de muchos factores, no todos militares. El mayor es el comportamiento de las tropas, que están dibujando sobre el territorio la fuerza de cada uno de los beligerantes y su capacidad para seguir combatiendo. Ahora, cuando se respira la inminencia de una ofensiva, el viento sopla en favor de Kiev y contra Moscú.

La larga y cruenta batalla de Bajmut, en la que Rusia ha pagado un precio muy alto, va a enlazar con la campaña de primavera, en la que se espera que sean las fuerzas ucranias las que tomen la iniciativa del ataque. Sería una sorpresa que corriera a cargo de los rusos, aunque no pueden descartarse contraataques posteriores en caso de encallarse las tropas ucranias en su avance. La capacidad de respuesta rusa hasta ahora se ha limitado a la guerra aérea, con enorme resonancia por las muertes de civiles.

El jefe del Estado Mayor del Ejército de Estados Unidos, el general Mark Milley, ha señalado esta semana que “los ucranios están ya preparados tanto para defenderse como para atacar”. Han llegado los tanques que se esperaban y están entrenadas y dispuestas para entrar en combate las brigadas de refresco. En el otro lado de las largas trincheras de Donbás, en cambio, Evgeny Prigozhin, el condottiero supremo de los ejércitos privados de Putin, reclama a voces e insultos más munición ante los cadáveres amontonados de sus mercenarios caídos, mientras el Kremlin exhibe la fragilidad de sus defensas, en los depósitos de gasolina e instalaciones Rusia adentro, pero también en el propio recinto moscovita.

Aun siendo inofensivos los dos drones que iluminaron la cúpula del Senado ruso con sus fuegos artificiales, actúan sobre la moral rusa como la avioneta de Matías Rust que atravesó todo el espacio soviético desde Helsinki en mayo de 1987, en un gesto que fue interpretado como premonitorio, provocó la destitución del ministro de Defensa y fue aprovechado por Mijail Gorbachov para sustituir parte de la cúpula militar más reacia a las reformas por militares afines a la perestroika. La amplificación del incidente, hasta considerarlo como un atentado frustrado contra Putin, contribuye a debilitar la imagen del Kremlin y del Ejército ruso, empantanado en Ucrania e incapaz de garantizar la seguridad de la capital del país.

Lejos de los campos de batalla, el factor que toma más dimensión es el papel de China, tanto para la guerra, si desoye las demandas de Washington para que no suministre armas a Moscú, como para la paz, si echa toda la carne en el asador hasta obligar a Putin a sentarse a negociar. No hay que desoír las advertencias del general Milley, una de las voces más enfáticas en señalar el camino de la negociación: “Debemos asegurarnos de que Rusia y China no formen una especie de alianza geoestratégica, política y militar contra Estados Unidos”. Si tal cosa sucediera, la guerra de Ucrania fácilmente podría extenderse y convertirse en un temible conflicto global, el tercero.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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