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ANATOMÍA DE TWITTER
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Asistí a mi propio suicidio sin quererlo

Un sanitario malagueño de 27 años alcanza más de un millón y medio de lecturas en Twitter con una historia real y surrealista a la vez. Todo comienza con una cerveza

Samuel Anaya, con su cerveza, desde su azotea de Sevilla, en una foto facilitada por él mismo de su cuenta de Twitter.
Samuel Anaya, con su cerveza, desde su azotea de Sevilla, en una foto facilitada por él mismo de su cuenta de Twitter.
Manuel Viejo

Ojo. “A lo largo de mi vida me han pasado cosas surrealistas. Pero como lo que me pasó anoche, nunca. Asistí, sin quererlo, a mi propio suicidio”. Samuel Anaya no para de contar su historia a familiares, amigos, vecinos, compañeros de trabajo. Según cuenta ahora por teléfono, hizo muchas fotos y vídeos, por si no le creían. La historia del sanitario malagueño de 27 años acumula ya más de un millón de lecturas en Twitter. Se vienen curvas.

Ejemplifica, también, que el protocolo antisuicidos de Sevilla funciona a la perfección, al menos en este caso. 17 de abril. Nueve de la noche. Anaya sube a la azotea de su edificio, en la barriada de Bami, donde se encuentra el Hospital Virgen del Rocío y otras clínicas sanitarias. Aquí, con la puesta de sol a lo lejos, se abre una cervecita del Lidl y llama a su mejor amiga para preguntarle qué tal está, qué planes tenía, ponerse al día. Y darle un poco de envidia; decirle, oye, que empieza la feria. Y tanto.

De pronto, Anaya se percata desde su atalaya que un guardia de seguridad sale de la puerta de Urgencias, donde él mismo trabaja. El hombre recibe algo nervioso a una patrulla de la policía local. Anaya pensó que, vaya por Dios, otra vez se habría liado dentro. “Será el típico gorrilla que entra otras veces”, barruntó.

Pero no. No hay cerveza tranquila al lado de un hospital. Aquello se iba poniendo cada vez más serio. Apareció otro coche de policía, y otro, y otro más. Anaya, mientras tanto, a lo suyo: “Me cago en todo. Se ha tenido que liar bastante…”. Lo que se dice en estos casos. Hasta que, de repente, escucha:

—Caballero, deje de hacer lo que está haciendo y no se tire.

La patrulla que estaba bajo sus pies estaba en su espalda. “Y le digo a mi amiga: ‘No sé qué coño está pasando, pero tengo aquí a la policía. Te llamo luego’”. Sarandonga, vamos. “El policía me dijo que lo habían llamado porque estaba gritando que me iba a lanzar. ¡Que me iba a tirar!”. Su cara, dice, era un cuadro. El agente, al verle con la lata de cerveza, cogió el walkie-talkie y avisó por línea interna:

—El presunto suicida está consumiendo alcohol ahora mismo.

Debajo, mientras tanto, aparecen también un par de camiones de bomberos con escaleras gigantescas. “Y yo explicaba por activa y por pasiva que no tenía intenciones de tirarme, que solo estaba disfrutando del atardecer mientras me tomaba una cerveza, pero llegó un punto en que no sabía ya ni cómo me llamaba”. Y sin beber cerveza.

Los agentes desalojaron la azotea. Fueron a su piso. Anaya les explicó que todo era un malentendido. Les enseñó la documentación hasta que, al fin, un agente empezó a creerle: “La que has liado por tomarte una cerveza”. Minutos después, los bomberos y los cuatro coches de policía abandonaron la zona. Anaya, eso sí, decide bajar al hospital. Quería localizar al guardia de seguridad que había llamado a la policía. Ahí, dice, jugó una baza clave. Le habló como un trabajador más: “¿Qué ha pasado ahí fuera?”. El de seguridad empezó a contarle la historia. Anaya lo frena: “La verdad, te he llamado porque conozco muy bien al chaval de la azotea. Ese chaval soy yo”.

El agente, dice, empezó a recular. Vamos, que casi se tira él. Tras preguntar a más compañeros, le contaron que muchos pacientes habían visto a un chaval en la azotea y que, por eso, habían llamado a la policía. O dicho a su manera: “Estuve horas en shock. Hasta me esperaba a Toñi Moreno con un ramo de flores”.

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Sobre la firma

Manuel Viejo
Es de la hermosa ciudad de Plasencia (Cáceres). Cubre la información política de Madrid para la sección de Local del periódico. En EL PAÍS firma reportajes y crónicas desde 2014.

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