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Columna
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Harvard

Conviene recordar que la ciencia, la técnica y las humanidades van de la mano y que las verdades poéticas sostienen los Derechos Humanos, nuestro mejor refugio ante la barbarie

Universidad de Harvard
Una de las puertas de acceso al campus de la Universidad de Harvard.Charles Krupa (AP)

Confieso que he sido una persona educada en la modernidad. Por el uso de la razón me hice posmoderno, pero hoy vuelvo a la modernidad con unos sentimientos razonables. Confieso que hice un esfuerzo por construirme, otro por deconstruirme, pero estoy ahora razonable y sentimentalmente empeñado en volver a construirme ante la deconstrucción. Confieso que, en las citas importantes, mi manera de sentirme a la altura de las circunstancias no es el deseo de quedar bien, sino de ser sincero conmigo mismo. Por eso, para estar a la altura de mi respeto por Harvard, hablé en Harvard la semana pasada de los duros discursos de las identidades, la soberbia de las minorías convertidas en sectas y la grave falta de actualidad de las humanidades como un síntoma de la degradación democrática.

Pensar el mundo de hoy es pensar en la peligrosa situación de las democracias. No me refiero a sus imperfecciones. A esas heridas cívicas estamos por desgracia acostumbrados. Me refiero a un mundo en el que los poderes no democráticos tienen cada vez más peso internacional, brotan dinámicas de extrema derecha en el corazón de la libertad, se humillan los sentimientos pacifistas en conflictos espesos y los sueños emancipadores derivan en vergonzosas dictaduras populistas.

Por eso la cultura debe desconfiar de las identidades cerradas. Por eso el respeto a las minorías no puede confundirse con un discurso soberbio de fragmentación sectaria. Por eso importa la convivencia justa de la diversidad. Por eso el neoliberalismo está de sobra. Por eso conviene recordar que la ciencia, la técnica y las humanidades van de la mano y que las verdades poéticas sostienen los Derechos Humanos, nuestro mejor refugio ante la barbarie. Por eso hay que visibilizar las ilusiones colectivas. Y por eso conviene favorecer un cambio climático en los estudios culturales y reinventarnos otra Modernidad.

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