Abrasarse en la ciudad
Los episodios intensos de calor no dejarán de crecer en el futuro y las ciudades deben anticiparse a sus efectos más devastadores


La última semana de abril va a registrar, según todas las previsiones, la primera ola de calor con temperaturas que podrían aproximarse en algunos puntos de Andalucía a los 40 grados y marcará picos en buena parte del país de en torno a 30. Cada año estos fenómenos llegan más pronto e irrumpen en la vida de la ciudadanía de forma abrupta. Si antes las mayores temperaturas coincidían con periodos de vacaciones y descanso, ahora lo hacen en meses en los que los calendarios laborales, escolares y las obligaciones cotidianas no se detienen. Las condiciones serán especialmente adversas para aquellas personas que carecen de medios para mantener su hogar en condiciones habitables (incluido las que teletrabajen), o cuyos centros de trabajo u oficios impidan una protección suficiente, como parece un contrasentido mantener la actividad física en plena calle en las horas centrales del día bajo una ola de calor.
Las afecciones a la salud de las altas temperaturas no son una novedad y cada año se incrementa la cifra de enfermedades y muertes prematuras asociadas a ellas, tal como recuerda el Instituto de Salud Carlos III. Puede no hacerse nada, y confiar en que el calor escampe un día u otro, o puede asumirse que el futuro inmediato no va a librar a las ciudades de encadenar episodios prolongados y repetidos de calor extremo, más allá de la época veraniega: en los últimos 50 años se han multiplicado por 10 las olas de calor diurnas. Los urbanistas, especialistas en salud, sociólogos y otras disciplinas estudian desde hace tiempo las medidas paliativas que caben, y son muchas, pero quizá ha llegado también el momento de sistematizarlas y asumir la dimensión del problema social a medio plazo y no solo de forma reactiva ante cada anuncio de una nueva ola de calor.
La reciente remodelación de la madrileña Puerta del Sol es un perfecto contraejemplo de lo que no hay que hacer porque el arbolado, las zonas ajardinadas y peatonales permiten mitigar las temperaturas. No es el único, y en los últimos años han seguido construyéndose numerosas plazas “duras” en ciudades españolas. Un objetivo paliativo semejante puede lograr también la reducción del tráfico con zonas de bajas emisiones, como obliga ya la normativa europea, o la peatonalización de los espacios urbanos. Pese a la experiencia del verano pasado, la mayoría de las ciudades no tienen preparadas respuestas de urgencia, y aunque no es fácil hacerlo resulta necesario habilitar refugios climáticos que lo sean de veras, con amplios horarios y nuevas prestaciones. El calor pedirá antes o después reconsiderar los horarios de las escuelas con menor protección contra el calor, revisar los calendarios de apertura de piscinas municipales, habilitar fuentes públicas de agua, reforzar los sistemas sanitarios y prestar atención particular a los colectivos más vulnerables, como las personas sin hogar. Banalizar estas situaciones o aplazar las decisiones solo irá en detrimento de quienes no tengan medios propios para aliviar el calor extremo, incluso en abril.
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La sociología del calor
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