El alquiler, el precio y lo demás: hablemos del sistema
Hacerse mayor supone aceptar que en las palabras vacías puede caber mucha gente
Es el precio, claro; pero nunca es una cosa sola. Es el precio y es lo demás también, lo que no cabe en un titular o en un anuncio político a poco de que se abran las urnas: es un sistema que dejaron crecer. Me prometí que no escribiría así de asuntos como este, que no usaría palabras como el sistema y que no dejaría en el aire los sujetos (¿quiénes son esos que dejaron crecer el sistema?), aunque hacerse mayor incluía ese pago, supongo: aceptar que en las palabras vacías puede caber mucha gente. El sistema consistía, y aún consiste, en enriquecer al intermediador, y alargar la cadena de intermediadores. Sucede con la vivienda y, en realidad, con aquello con lo que se pueda. Amplio espectro.
De manera que, para la compra de una casa, la pega era el precio, pero nunca es una cosa sola. Son las condiciones que te exigen los bancos para acceder a un préstamo, de lo que antes se hablaba más y ahora apenas. Nadie discute que se requieran garantías para afrontar un crédito, lo que ocurre es que no hay debate sobre los límites de esas garantías, ni sobre las condiciones que ofrecen los bancos, que se remiten siempre a la ley de la oferta y la demanda, a la que llaman ley porque por supuesto no la hay: aquello que quiera esconderse debe ponerse bien a la vista.
Lo que pasa, en general, es que no hay debate: la mayoría de los bancos dan —si los dan— intereses muy escasos por los depósitos mientras fuera de España se llegan a bonificar al 3%, que es el interés que ofrecen aquí, por citar un ejemplo, las letras del tesoro. No hay debate, se dirá, porque es la oferta y la demanda. El sistema. Y si te preguntas por el contraste entre los beneficios milmillonarios de las entidades y la tacañería en los intereses para los depositantes te piden que recojas tu demagogia y la apuestes en fondos de inversión, con mayor riesgo y con mejor provecho.
Es el precio, pero no es tan simple la vida. Nunca es una cosa sola. Con una cosa sola no se entiende ni la mitad de lo que nos pasa: en la salud mental no es que haya caído un tabú y nos haya dado por compartir las depresiones y las ansiedades; es que había que atender a la precariedad laboral y a la manera de vivir. Para entender el crecimiento económico había que explicar su reparto y añadirle la inflación y el poder adquisitivo: o sea, la comparación entre los precios y los salarios. Tampoco el alquiler era el precio y ya está. Qué va: el alquiler son las mensualidades anticipadas que te exigen y los metros que te ofrecen y en qué condiciones esté la casa, que no hacía falta ser Kapuscinsky para comprobar los cuartos que se alquilan y a qué cantidades. El alquiler son también las entrevistas por las que hacen pasar a los aspirantes a inquilinos y las preguntas que llegan a hacerles: la presión y la espera.
El mundo de los titulares breves y los tuits cortos tenía, en fin, lo que ya tenían los mundos anteriores, lo de siempre: explicaciones complejas, con problemas que se relacionan y exigen miradas integrales. Para empezar, las nuestras. Sirve en general: en Francia no protestan sólo porque les vayan a subir la edad de jubilación de los 62 a los 64 años, aunque Emmanuel Macron quiera reducirlo a eso. Hay más razones para la cólera de la que él mismo habló: entre ellas, sus maneras. Nunca era una cosa sola. Igual era eso, tan repleto y tan diverso, lo que llamaron sistema.
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