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Música
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Metallica: confesiones de un fan disidente

No hay otro grupo de rock en activo, y en especial de metal, que pueda colocarse en el número 1 en las plataformas de ‘streaming’

Metallica
Los integrantes de Metallica durante un concierto en Los Ángeles, el pasado 16 de diciembre.Jeff Kravitz (Getty Images for P+ and MTV)
Antonio Ortuño

A la memoria del buen Abraham Pérez, compañero de aventuras periodísticas

Más que una banda de rock, Metallica es un fenómeno cultural. 125 millones de álbumes vendidos, una legión internacional de seguidores que los apoyan con devoción religiosa y una menos nutrida, pero igualmente intensa, barra brava de detractores empeñados en mostrarle al mundo, a cada paso, que su identidad consiste en renegar de Metallica. El pasado viernes, la banda de San Francisco dio a conocer públicamente su nuevo álbum, 72 Seasons, que se estrenó la noche anterior en cines de todo el planeta con un serial de funciones únicas (las salas mexicanas, por cierto, se llenaron hasta la bandera). En cuestión de horas, se acumularon millones de reproducciones en las plataformas de streaming y de top 1 en los listados de popularidad mundiales.

No hay otro grupo de rock en activo, y en especial de metal, capaz de algo así. Solo por comparar: We´ll Be Back, el estupendo primer single del disco con el que sus archirrivales, Megadeth, volvieron al ruedo de las grabaciones y que fue publicado en junio de 2022, llevaba hasta ayer 9 millones y medio de reproducciones en Spotify y 4 millones en YouTube. Lux Æterna, el primer sencillo del disco de Metallica, lleva 34 y 17 millones respectivamente, aunque fue lanzado a finales de noviembre del año pasado.

La historia de la banda, sin embargo, ha estado llena de baches, que incluyen la muerte o expulsión de integrantes, críticas por “venderse” (que comenzaron en su segundo disco, el ahora reverenciado Ride The Lightning, por incluir la primera power ballad de la historia de la banda: Fade To Black) y que no se han detenido hasta hoy, controversias internas y externas y una obsesión por erigirse como una “marca” que los ha llevado a codearse con estrellas del pop de toda calaña, a comercializar un ejército de productos y, digámoslo claramente, a chotear su imagen y sonido hasta unos extremos asombrosos.

No puedo ser acusado de imparcialidad al respecto de Metallica. Hace un poco más de treinta años que tocaron por primera vez en México. Cinco fechas (no consecutivas) repletas de público en el Palacio de los Deportes, de la capital, entre el 25 de febrero y el 2 de marzo de 1993. La gente, en aquellos conciertos, se enloqueció de tal modo que la banda, encantada por el fervor con que se topó, llegó a publicar una selección de interpretaciones (e imágenes) de su viaje por tierras mexicanas para su primer disco y DVD en vivo: Live Shit: Binge & Purge. Aquí entra la parte personal. Yo estuve en el último de esos conciertos. Iba a cumplir 17 años y había trabajado como animal para juntar el dinero necesario. Viajé en tren (a esas alturas solo había asientos de segunda clase), durante doce horas, porque la máquina se descompuso y nos quedamos detenidos en Guanajuato la mitad de la noche. Llevaba el boleto de ingreso en la cartera, envuelto en un sobre para que no se maltratara o destiñera. Aún lo tengo, metido en las páginas de algún libro, donde lo guardé para que no se me perdiera justo antes de olvidar cuál era. Fue, desde luego, el mejor concierto de mi vida.

Curiosamente, los siguientes lanzamientos del grupo dejaron de interesarme. No por ninguna clase de desengaño ideológico ante su éxito, sino por simple tedio ante lo que grababan. Hace 32 años que no compro un disco de Metallica y 30 que no asisto a uno de sus conciertos. He escuchado sus trabajos con creciente fastidio y me he convertido en el fan old school que regaña a los chamacos que usan playeras del grupo con el clásico: “A ver, dime los títulos de tres canciones del Master of Puppets, seguro que nomás los conoces por Stranger Things” (eso incluye a mis hijos, que son muy rockers, y a algunos de sus amigos, que son rehenes del reguetón y, por el motivo que sea, gusto o moda, solamente escuchan rock si Metallica lo toca).

Escuché 72 Season con ganas de que no me gustara, pero lo hizo. No es el disco que cambiará mi vida (como lo hicieron los cinco primeros de la banda), pero sí que fue un reencuentro amistoso y agradable. Como toparse a un viejo amigo en la comida de los exalumnos y volver a reírse con él. Por edad, por temperamento, por elección, Metallica son mis Beatles y mis Stones. Llevo treinta años renegando por ello. No esta vez. Estoy seguro que cuando vengan de nuevo a México, en la gira que acaban de comenzar, me toparé en el Foro Sol con un buen contingente de chamacos que habrán cruzado el país, como yo lo hice, solo para oírlos rugir.

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