Qué aburrida es Europa (y un recado a Pedro Sánchez)
España presidirá en julio el Consejo de la UE exhausta por la pandemia, la guerra y su propio ciclo electoral. Y no estamos hablando de ello
En ningún otro sitio del mundo se protesta como en Francia. Todo arde, el pueblo grita, nos enardecemos. La democracia televisada en acción. Pero a pesar del ruido y la furia, lo que se juegan va más allá de la reforma de las pensiones. La prensa habla de un país ingobernable, de una Asamblea bloqueada por los extremos, de una derecha en descomposición como antesala a la alfombra roja de Le Pen hacia el Elíseo. Macron gobierna dando la espalda a diputados, sindicatos y manifestantes. Esquivar a la Asamblea e imponer la reforma por decreto es perfectamente constitucional, pero hay dudas sobre su legitimidad, pues legítimo no sólo es lo que se ajusta a la ley sino lo que se percibe como justo. Pierre Rosanvallon dice que, en esta crisis, esa dimensión de la legitimidad no tiene tanto que ver con su sentido jurídico sino más con esa dimensión social (e incluso moral) de una reforma que nadie parece querer, que cuando una ley no se corresponde con lo que se percibe socialmente de acuerdo con el interés general dicha ley pierde legitimidad.
Hablar de Europa quizá sea aburrido, pero es importante. En Alemania, la desconexión de la coalición de Gobierno es cada vez mayor, y el ensimismado canciller, Olaf Scholz, se muestra callado y ausente. Su ministro de Transportes, Volker Wissing, lanzó esta semana una alegre bomba a sus socios europeos: no votarán la propuesta legislativa que prohibía fabricar más coches con motores de combustión interna a partir de 2035, a pesar del acuerdo entre los Veintisiete y Bruselas, del que participaba Berlín. Pero es que, además, su ministro de Finanzas, aparentemente como un pistolero solitario, anunció un poco después un cambio de la posición sobre los límites del déficit y la deuda pública, regresando por su cuenta y riesgo a la ortodoxia presupuestaria. Si los liberales de la coalición provocan tales turbulencias, qué decir de las continuas disputas entre socialdemócratas y verdes. La guerra de Ucrania y el debate sobre la entrega de armas causa desgarros en el espectro progresista alemán.
Las crisis internas de ambos países podrían deberse a motivos contrarios: en Francia, Macron decide contra todos; en Alemania, Scholz ni decide ni se pronuncia. Lo curioso es que, mientras la mayoría de los franceses rechazan la reforma de las pensiones, los alemanes suscriben mayoritariamente las posiciones de los ministros díscolos sobre motores, armas y el pacto de estabilidad. Y aún hay más, porque a las crisis internas se suman sus problemas de cama: en Europa, discrepan con fuerza en reformas esenciales como la del mercado eléctrico y la de las reglas fiscales. Hasta hace bien poco, hablábamos del motor franco-alemán. Y todo esto mientras en Italia hay una primera ministra ultra fuera de juego, y en Polonia juegan al ataque enviando unilateralmente cazas a Ucrania. ¿Y por qué les cuento esto tan aburrido? Porque esta y no otra es la Europa que presidirá en julio una España exhausta por la pandemia, la guerra y su propio ciclo electoral. Y no estamos hablando de ello.
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