La Francia de las pequeñas ciudades abandera la rebelión contra la reforma de las pensiones de Macron
Los municipios en declive concentran más de la mitad de los manifestantes contra la subida de la edad de jubilación a 64 años
Es una revuelta de los que se sienten olvidados en la Francia de Emmanuel Macron. Hombres y mujeres con empleos mal pagados y poco cualificados. Trabajadores en oficios manuales o industriales en pequeñas ciudades que hace años se quedaron sin fábricas. Vieron cómo cerraban los comercios en los centros históricos y la vida se desplazaba a los centros comerciales y los restaurantes de comida rápida en la periferia.
Centenares de miles de franceses llevan semanas protestando por todo el país contra la reforma de las pensiones. Pero donde la protesta ha tenido más tirón popular es en los territorios alejados física y psíquicamente de París y las principales metrópolis. Fue hace unos años la Francia de los chalecos amarillos. Ahora abandera el rechazo a la subida de la jubilación de los 62 a los 64 años, aprobada en la noche del sábado en el Senado. La Cámara alta deberá acordar esta semana la versión definitiva del texto con la Asamblea Nacional, antes de su adopción o rechazo final.
Cerca de la mitad de los manifestantes en Francia se encuentran en ciudades pequeñas y medianas de la llamada Francia periférica o también Francia de las subprefecturas: los segundos o terceros municipios de cada provincia, habitualmente más pequeños que la ciudad que acoge la prefectura, el equivalente en España, en la hipercentralizada Francia, del antiguo gobierno civil de las provincias. Hay pueblos en los que, desde que comenzaron las protestas a principios de enero, ha salido a la calle hasta una cuarta parte de la población.
Una de estas pequeñas ciudades es Vierzon, municipio de 27.000 habitantes y 213 kilómetros al sur de París. Los franceses conocen el nombre porque aparece en una famosa canción del cantautor Jacques Brel. La canción daba a entender que era un lugar anodino. Aquí no había nada que ver, era la Francia profunda, en el sentido más peyorativo del término.
Pero en Vierzon, donde miles de personas volvieron a desfilar el sábado en la séptima jornada de movilización nacional, hay mucho que ver y que escuchar, aunque lo que aquí ocurre ni se vea ni se escuche desde París.
“Están desconectados de nuestro mundo, no saben lo que es un obrero”, dice Francisco Costa, albañil de 42 años. Costa, hijo de inmigrantes portugueses, se refiere a los gobernantes en París, a quienes han decidido que tendría que trabajar dos años más. Explica que, a esas edades, subirse a los andamios o cargar con sacos ya no será tan sencillo. “A mi edad ya estoy roto, imagínese a los 64″.
Carole, su mujer, tiene 52 y trabaja de administrativa en el hospital público, que emplea a unas 500 personas y es uno de los pilares de la economía en Vierzon. Piensa en sus hijos, en sus futuros nietos y en la perspectiva de no llegar a la jubilación o llegar tan agotada que no pueda disfrutar de ella. Considera que, si tantos ciudadanos protestan en Vierzon y tantos pueblos parecidos protestan semana tras semana, es porque la paciencia se agota.
“Hay una acumulación”, dice Carole Costa. “Y la gente está estrangulada y se da cuenta de que, si no hace nada ahora, será demasiado tarde.”
Un mal que viene de décadas atrás
Lo que dice madame Costa, y han teorizado algunos politólogos, es que existe una Francia (la de los bajos salarios, la de las profesiones como personal hospitalario o cajeras de supermercado, pero no solo) que estuvo en primera y segunda línea durante la pandemia y que después ha sufrido la inflación. Y ahora las pensiones. Para algunos, el mal viene de décadas antes, del momento en que cerraron las fábricas o, como ha sucedido en la Francia rural, el cierre de líneas de tren o la marcha del médico de familia.
“La reforma de las pensiones es la gota de agua que colma el vaso, la gota que hace que todo el resto del vaso sea intragable”, describe Thibault Lhonneur, concejal en Vierzon por La Francia Insumisa, el primer partido de izquierdas en Francia. “Personas que en el pasado pudieron aceptar ciertas situaciones ahora se dicen: ‘Es demasiado”.
Lhonneur es el coautor, junto al catedrático de Historia y Geografía Axel Bruneau, de La gauche et les sous-préfectures: la révolte inattendue? (la izquierda y las subprefecturas, ¿la revuelta inesperada?), un informe sobre este hecho distintivo de las protestas contra la reforma de Macron. Al contrario que en las tradicionales movilizaciones sindicales, las protestas actuales tienen una enorme presencia en la Francia de provincias. Y al contrario que la revuelta de los chalecos amarillos, que fue minoritaria aunque con un impacto enorme en la política francesa, esta es multitudinaria, y los sindicatos tiene un papel central. El informe, publicado por la Fundación Jean Jaurès, indica que, en la primera jornada de protestas, el 19 de enero, se produjo algo insólito: más de la mitad de quienes se manifestaron lo hicieron en la Francia de las subprefecturas. En Vierzon han llegado a protestar 5.000 personas, uno de cada cinco habitantes.
“Si existe una mayor movilización en estos territorios”, sostiene Lhonneur, “es porque la fractura es más importante aquí, y esta fractura se debe a que los comercios de proximidad ya no existen, a que la sanidad de proximidad ya no existe, a que los servicios públicos ya no existen”.
En esta Francia, según este teórico y práctico de la política municipal, la proporción de personas afectadas por el aumento de la edad de jubilación es mayor que en las grandes ciudades como París, Lyon o Burdeos. Son personas que empezaron a trabajar de muy jóvenes y, para cumplir con los años de cotización exigidos, temen verse obligados a alargar su vida laboral.
“Los obreros y asalariados con remuneración baja están muy presentes aquí, y han entendido que ellos deberán pagar la factura de la reforma”, dice Lhonneur. “Es gente que ya vio cómo los empleos industriales, bastante bien remunerados, desaparecían. Después se reciclaron profesionalmente en sectores que hoy están en crisis. Y ahora les dicen: ‘Trabajarás dos años más’’. Estos son los que se movilizan”.
Bastión comunista
Vierzon —bastión tradicional de los comunistas y la izquierda y hoy con un centro urbano empobrecido de escaparates abandonados y con tráfico de drogas— vuelve a ser una ciudad movilizada.
¿Qué hacer un viernes por la noche en Vierzon? Para un centenar de personas, la respuesta era clara, ir a un mitin político en una sala en los límites del casco antiguo, entre el castillo medieval y un barrio de viviendas grises de los años setenta. Lo convocaba la sección local del Nuevo Partido Anticapitalista (NPA). A la entrada había una mesa con un busto de Karl Marx y una hucha con un cartelito: “Caja de solidaridad con los huelguistas. Gracias por vuestro apoyo”. El orador principal era Olivier Besancenot, líder del NPA y candidato presidencial en varias ocasiones.
“Está bien jubilarse, pero ¿por qué no una vida sin trabajo?”, plantea en el turno de palabras Jean-Pierre, obrero jubilado de 64 años. Cuenta que pasó décadas levantándose a las cuatro de la mañana, que cobra una pensión de 1.170 euros, que nunca había ido tanto al médico desde que se jubiló. “¿45 años de fábrica? No, gracias”.
Levanta la mano una mujer treintañera, actriz de profesión y acostumbrada a la precariedad de los autónomos en su sector: “Yo formo parte de la generación que en algún momento hemos pensado que jamás cobraríamos la pensión, que las jubilaciones ya no existirían cuando cumpliésemos 50 años”.
Un hombre de 60 años, nacido en Argelia y residente en Francia desde hace décadas, interviene para recordar las reformas de los últimos presidentes, el conservador Nicolas Sarkozy y el socialista François Hollande. “Sarkozy nos quitó la camisa. Hollande, el pantalón. Macron nos quiere quitar los calzoncillos. Lo que debemos lograr no es solo evitar que nos dejen sin calzoncillos, sino recuperar la camisa y el pantalón”. Aplausos.
Bescancenot, después de casi dos horas de asamblea, toma la palabra y celebra: “¡Esto es el soviet de Vierzon!” Antes de despedirse, cantan La Internacional.
La reforma de las pensiones es el proyecto estrella del segundo y último quinquenio presidencial del centrista Macron, reelegido en abril ante la candidata de la extrema derecha, Marine Le Pen. Se justifica, según el presidente, por el envejecimiento de la población y el aumento de la esperanza de vida: cada vez hay menos activos que puedan sostener con sus contribuciones a los jubilados. El objetivo de la reforma es equilibrar las cuentas sin tener que subir los impuestos ni reducir las pensiones. El Gobierno señala que la medida que se debate tan apasionadamente ahora lleva años en vigor en países del entorno, países gobernados por la derecha y por la izquierda.
Los detractores de la reforma argumentan que no es tan urgente como hace creer el Gobierno. Denuncian que subir la edad de jubilación a los 64 años penalizará a quienes entraron antes en el mercado laboral y a las mujeres con carreras interrumpidas por bajas de maternidad o cambios de profesión. Ha habido otras reformas parecidas: en 2010, la edad de jubilación subió de los 60 a los 62. Y aunque Francia es un país con tradición revolucionaria y donde los sindicatos y muchos ciudadanos sacan las garras al mínimo ataque a los derechos adquiridos, hace muchos años que no logran torcer la voluntad de los sucesivos gobiernos. La calle, actor principal en la historia política francesa, ha perdido influencia.
En la manifestación del sábado en Vierzon, se mostró la Francia que protesta contra Macron: sindicalistas, antiguos chalecos amarillos, familias. Y adolescentes.
Hélène quiere ser ingeniera. Elsa, profesora. William, bibliotecario. Tienen 16 años, son compañeros en el liceo de Vierzon y, sí, aunque les quede, lejos, muy lejos, piensan en la jubilación.
William: “Si no pensamos ahora en la jubilación, y no nos ocupamos hasta que nos toque, será demasiado tarde y la edad de jubilación estará ya en los 70 años. Es como con el cambio climático. Si no nos ocupamos hasta que el agua inunde París, será demasiado tarde. Esto es igual”.
Elsa: “Trabajar hasta morir no es el sueño de nadie”.
Hélène: “No es mi sueño imaginarme a no sé qué edad trabajando todavía. Bueno, en realidad, a mí ya me iría bien porque quiero ser ingeniera y no es un trabajo demasiado duro. Pero pienso en los demás”.
Aurélie y Audrey son hermanas, tienen 39 y 29 años, ambas trabajan en una empresa de limpieza, la hermana mayor por la tarde y noche, la menor de madrugada. No pertenecen a ningún sindicato, ni se habían manifestado contra la reforma de pensiones. Creen que les toca de lleno.
“Me gustaría disfrutar un poco de la pensión, en buena salud, pero no es posible”, lamenta Aurélie mientras marcha por las calles de Vierzon. Añade Audrey: “No podemos más, no me veo a los 64 años yendo a trabajar a las cuatro de la mañana”. Ambas son votantes de Marine Le Pen.
El frente antirreforma es tan amplio que abarca casi todas las ideologías, aunque predomina la izquierda. “¿Sabe a quién voté yo? A Éric Zemmour”, susurra en un café del centro Michel. Zemmour es un famoso tertuliano de extrema derecha —más a la derecha incluso que Le Pen— y fue candidato en las elecciones de 2022. “Yo no soy racista”, justifica Michel, cartero jubilado de 67 años. “Pero estoy en contra de la chusma”.
Michel se jubiló hace dos años, algo habitual, aunque la edad legal sea de 64: hay trabajadores que empezaron a trabajar tarde o interrumpieron su vida profesional y que necesitan prolongar la edad laboral para cobrar la pensión plena, de unos 1.000 euros. “Una mierda de pensión”, dice.
¿Bloquear el país contra la reforma? “No es mala idea”, responde antes de dedicar los peores improperios a Macron. “No escucha a su pueblo, no es un buen presidente”.
La marcha desfila por los puentes de esta ciudad partida por el río Cher: por aquí pasó, entre 1940 y 1942, la línea de demarcación entre la Francia ocupada por la Alemania nazi y la Francia colaboracionista con capital en Vichy. Pasa por una avenida con restaurantes exóticos y un sex shop señalizado con una valla publicitaria visible a lo lejos. Termina en lo que fue el orgullo local: la vieja fábrica de tractores de la SFV, iniciales de la Sociedad Francesa de Vierzon. En 1959 la adquirió la estadounidense Case, que cerró las puertas en 1995. Ahora una parte de la fábrica alberga un cine y un centro de congresos; la otra está vacía.
“Yo soy hija de obreros: mi padre trabajaba en Case, mi madre era educadora especializada en el sector médico-social, yo soy auxiliar de cuidados en el hospital y soy representante sindical del personal”, se presenta Sandrine Banderier, que tiene 46 años y desde los 18 trabaja en el hospital. Cobra unos 1.800 euros netos al mes, Tiene una hija de 18 años y una casa que no ha acabado de pagar. Se queja de los recortes humanos y financieros, de la supresión de camas y personal, de que hay menos médicos de familia y de que esto acaba llenando las urgencias. Habla del desgaste físico que sufre, problemas de cervicales y espalda. “¿Llegar a los 64 años? Serán los pacientes los que nos llevarán a nosotros en silla de ruedas y no al revés”.
¿Y qué hará cuando se jubile? “Dormir”, responde, y se ríe “No, no me lo planteo. Para mí la jubilación es tener el espíritu tranquilo, que mi casa esté pagada, que mi hija esté bien. Vivir tranquilamente”.
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