El arma de Chéjov
El dramaturgo ruso aconsejaba que, en una obra de teatro, si hay un rifle colgado en la pared, en algún momento tiene que ser disparado. En la narrativa de la guerra, el armamento desplegado marcará el futuro de Ucrania
“Si en el primer acto tienes un rifle colgado en la pared, en el último acto debe ser disparado. Si no, no lo pongas ahí.” Este es el consejo que Antón Chéjov daba a los jóvenes dramaturgos que querían introducirse en el arte de la escritura dramática y que se convirtió en una lección imprescindible para cualquiera que se dedique a la ficción. A lo que el ruso —hay quien dice que ucranio— se refería es que en una historia no deben introducirse elementos superfluos que no vayan a ser utilizados después. Mucho menos cuando se trata de objetos capaces de condicionar el curso de los acontecimientos, como un rifle o cualquier otro tipo de arma.
Las guerras siempre son dramas, pero no siempre son ficciones, aunque haya ficciones que nos ayuden a entenderlas en toda su complejidad. Quizá usted esté pensando ya en varios ejemplos. Me viene a la mente una novela que a mi juicio no goza de todo el predicamento que merece. Pienso en el libro de Elena Fortún, editado póstumamente en 1987, Celia en la revolución, rescatado hace dos años por la editorial Renacimiento.
Al hablar de la guerra se genera un relato. El relato está etimológicamente ligado a la palabra relación. Los hechos se relacionan entre sí. Se ordenan. Hay unas causas de las que devienen unas consecuencias que a su vez generan otras posibilidades. La cadena de acontecimientos debe ser anunciada más o menos explícitamente para que el resultado esté justificado. Existen diferentes técnicas narrativas que abordan esta cuestión, como es la citada arma de Chéjov, pero también el red herring. Se trata de un recurso de anticipación que consiste en utilizar una pista falsa que confunda a la lectora o al lector. El anglicismo hace referencia a un arenque ahumado muy oloroso utilizado para entrenar a los perros de caza a que no pierdan el rastro de la presa, aun cuando otros olores contaminen el entorno. En el siglo XIX, el periodista británico William Cobbett inventó este término para acusar a la prensa británica, que anunció la falsa derrota de Napoleón dejándose llevar por pistas incorrectas.
Todo orden y toda clasificación supone ejercer un poder. Con nuestras decisiones iluminamos unas derivas y oscurecemos otras. El relato es, como su propio nombre indica, relativo. En cada historia hay una opción, si no la hubiera se extenderían como el mapa de Jorge Luis Borges en su cuento Del rigor en la ciencia (1946) en el que los cartógrafos de un imperio, en su afán de ser minuciosos, terminaron por crear un mapa tan exhaustivo como inútil cuyas dimensiones equivalían al propio imperio. La magia de las obras literarias, al menos la magia de las que a mí me interesan, es que esta opción se puede cuestionar desde dentro de la propia obra. Cada obra lleva inscrita su contraria, o si lo prefiere, cada obra va cargada con una bomba que puede explotar en cualquier momento. Esto no ocurre con el relato histórico, ¿o sí?
Se acaba de cumplir un año desde el inicio de la guerra y los relatos han cambiado considerablemente. Antes de la invasión de Ucrania, las armas nucleares ya habían aparecido. El 19 de febrero de 2022, Vladímir Putin presenció desde el Kremlin las pruebas de su arsenal de misiles con capacidad nuclear; a finales de octubre, Rusia volvió a realizar maniobras de sus fuerzas nucleares estratégicas; a mediados de febrero desplegó buques con armas nucleares en el mar Báltico y unos días más tarde anunció su salida del tratado bilateral entre Rusia y Estados Unidos, New Start, que limitaba el arsenal de ambos países. Además, el presidente ruso no ha dejado de afirmar verbalmente que está dispuesto a utilizar todo su potencial militar, en caso necesario. Por el momento, estas amenazas han tenido poco efecto: Ucrania no retrocede y los países de la OTAN están aumentando el apoyo a sus tropas. Podríamos pensar que Rusia no atiende a los consejos de su propio dramaturgo, aunque tampoco hay que olvidar que el mismo Chéjov puso dos armas cargadas en su última obra, El jardín de los cerezos, que nunca se llegan a disparar en escena. El final del texto ahonda así en la idea de pérdida y la incapacidad de cierre.
Es imposible predecir cómo se cerrará, si se cierra, la narrativa de la guerra. Lo que sabemos es que, aunque las cabezas nucleares no definan el futuro de ambos contendientes, la cantidad de armas convencionales en manos de civiles y grupos paramilitares marcará el futuro de la zona por mucho tiempo. Los países que llevan décadas suministrando armamento de gran potencia a su población, incluidos los cuerpos de seguridad fuera del ejército, como pueden ser las policías locales o regionales, saben que una vez que el rifle está cargado en la pared de casa, se dispara. Según datos oficiales, en el año 2020, en Estados Unidos murieron por heridas relacionadas con armas de fuego 45.222 personas, de las cuales, alrededor de 2.000 nunca cumplirán los 17 años.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.