La suerte de dónde naces
La gran ventaja es poder tener una vida sin soportar una tragedia atroz como el terremoto de Turquía y Siria o una guerra
El martes pedí más tiempo para enviar este artículo porque sabía lo que quería decir, pero no me salía cómo decirlo. Me pasa aún. Me pasaría aunque hubiera pedido un plazo de meses: que quiero escribir de lo que veo en Turquía y en Siria y no sé qué se escribe ni cómo de la conmoción y de lo insoportable, de las familias que logran sacar y de las que quedaron bajo los escombros, de quienes buscan piedra a piedra pese al frío y aún logran dar con una niña a la que salvan la vida. Pensé al principio cómo puede ser que el mundo haya alcanzado progresos tan grandes y sea capaz de los avances más formidables, si asistíamos a una disputa por la inteligencia artificial y hablábamos de un chat inteligente. Cómo podía ser que, en ese mismo planeta, una tragedia matase de pronto a más de 11.000 personas. A medida que crece la cifra más difícil resulta entenderla: hay magnitudes imposibles de imaginar.
Luego pensé en la suerte y en la mala suerte, porque los muertos de Turquía y de Siria lo son porque estaban allí, porque nacieron allí. Pensé en si se hablará más de las condiciones en las que estaban construidos los edificios y sus materiales y en si se propagará la pregunta de por qué han dejado pudrir la guerra de Siria, vergüenza de nuestras indiferencias. Pensé que cualquiera tiene derecho a aspirar a una vida plena con sus momentos fugaces, a construir su memoria de recuerdos felices. Y, en cambio, hay una generación de niños que ha nacido y ha crecido con la guerra siria y la miseria, que ha intentado huir y se ha arriesgado, y a esa generación le ha sobrevenido ahora un terremoto cuyas imágenes abren los telediarios internacionales: la recién nacida entre las ruinas; la hermana que tendió el brazo para salvar a su hermano pequeño. Les mira el mundo y envía ayuda, en una reacción humana inmediata y prodigiosa. Pero el mundo se cansará: se cansa siempre. Hará falta recordar esas escenas que estremecen cuando la empatía de los gobiernos corra el riesgo de caducar. Por eso importa que las veamos, aunque no nos dejen dormir.
Pensé también en aquella frase que aparece ante el mal o en las catástrofes, profunda y directa: ¿dónde estaba Dios? A los que sean creyentes, les queda al menos el consuelo de la pregunta. A los que no crean les queda, al cabo, la alternativa de pensar en el azar, porque eso es lo que cambia las cosas en estos casos: la suerte de haber nacido en un país o en otro. La suerte es poder tener una vida sin soportar una tragedia atroz o una guerra, poder crecer con tu familia sin miedos, sin una experiencia que deje una marca tan pesada y tan honda que contamine los nuevos recuerdos que puedas tener. La suerte es darse cuenta y pensar de qué manera se puede ayudar, y cómo este mundo que tanto progresa envía lo que haga falta y coopera, que suele ser una partida presupuestaria con mala fama. Importa por eso aguantar la mirada sin pasar la página: otros muchos miles no tienen la suerte de poder cambiar de canal.
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