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Parábola de invierno

En la guerra en Ucrania, el miedo está tomando la forma de una retirada entre los occidentales y amenaza con levantar el pañuelo blanco de la neutralidad antes de que sea demasiado tarde

Tribuna Lídia Jorge 6 enero
Cinta Arribas
Lídia Jorge

I’ve seen the future, brother. It’s murder (Leonard Cohen)

1. Sucedió hace mucho tiempo. En el pueblo de Boliqueime, al sur de Portugal, el único belén digno de ese nombre ocupaba el altar mayor de la iglesia y por eso los niños nos quedábamos embelesados ante aquellas figuras estáticas que hacían volar nuestra imaginación. Yo debía de tener unos seis años. Las imágenes, iluminadas por velas, me intrigaban. Dentro de su establo, el Niño Jesús parecía un niño-niña, pues el pelo ondulado, los labios pintados, y la mantilla que le cubría los genitales no ayudaban a identificar su género, pero lo que más me molestaba era que me hubieran dicho que aquel niño-niña, tan recogido entre su padre y su madre, era el mismo que aparecía flagelado, herido, caído, muerto y sepultado en los 14 cuadros que colgaban de las paredes de la iglesia.

2. Que ese niño, una vez crecido, se convirtiera en ese hombre barbudo, que simbolizaba a Cristo, fue para mí motivo de gran perturbación. Frente a la choza de paja, donde se representaba la felicidad, quise sustraer el niño-niña y llevármelo conmigo para que no sufriera tan ostentoso sacrificio. Quería ahorrarle su trágico destino, evitar la muerte de aquel niño radiante que simbolizaba la vida. Pero los ojos de los adultos estaban atentos, nunca conseguí mi propósito y el niño se quedaba invariablemente allí para cumplir su destino litúrgico. Solo mucho después comprendí que aquel deseo de mi infancia, fruto de un pensamiento sincrético, era el de reescribir la Historia, o, mejor dicho, el de enmendar el hilo de tragedia que encierra en sí la humanidad. Al principio de este invierno he vuelto a sentir el mismo deseo y la misma impotencia, pues parece imposible rescatar a la naturaleza humana de su vicio de matar, o simplemente de dejar morir sin intervenir, que es lo mismo. Me refiero, como es lógico, a lo que lleva sucediendo en el este de Europa desde el 24 de febrero de 2022. Estamos, por lo tanto, en medio de la Historia. ¿Cómo romper sus anillos y revertir mediante la voluntad el camino hacia el desastre?

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3. Los portugueses, como los españoles, somos compasivos. Desde el pasado mes de marzo, Lisboa ha acogido a los refugiados ucranios como si fueran hermanos. El sufrimiento de ese pueblo es tema de conversación en todas partes. Hace unos días viajé con una taxista que me contó que había empezado a caminar por su casa sin encender la luz, pensando que en Kiev hay barrios enteros a oscuras. Una amiga me dijo que por la noche se imagina el frío que sufren los ucranios y que siente remordimientos por dormir calentita bajo un edredón de plumas. Por todas partes se habla con admiración de la forma en la que Europa se ha mantenido unida frente a la brutalidad de la agresión, y de cómo los pueblos están dispuestos a resistir por una causa superior, a pesar de todos los males que acechan en el aire. Lo cierto es que podría tratarse de una cuestión de mero pensamiento mágico, pero negar que hasta ahora los europeos se han encontrado a sí mismos ante este desafío humanitario, y se han identificado como una especie de pueblo reconstruido que posee un ideal, sería no querer leer la realidad.

4. Sin embargo, ninguna sociedad es homogénea ni estática, y a medida que avanza el rigor del invierno, antes de que la gente empiece a quejarse de las penurias a las que la constriñe esta guerra, los comentaristas van cambiando el rumbo de sus razonamientos. En nombre de la imparcialidad, de la pragmática y de la lógica, la gramática está abandonando progresivamente el campo del agresor para centrarse en los errores, excesos y eventuales crímenes de guerra del agredido. Y así se oye decir que es necesario evitar una guerra nuclear, algo que parece estar completamente en manos de Ucrania. O que es preciso poner fin a la guerra, lo que solo podrá ocurrir si Occidente deja de ayudar a Ucrania. O que es una locura hablar de un nuevo Holodomor porque los ucranios ahora no mueren de hambre como en 1933, sino a causa de los misiles y la metralla de los drones, que es algo muy distinto. O que el presidente de Ucrania plantea propuestas irrealizables porque no es más que un actor. Y que Europa está perdiendo tecnología, ciencia y competitividad, mientras todos los demás las están ganando, con Estados Unidos a la cabeza, porque, en el fondo, fue ese país el que promovió esta guerra para que los estadounidenses se hicieran más ricos y los europeos mucho más pobres. Y así, gracias a esta urdimbre ilusoria de la lógica, el Estado agresor deja de tener cabida en la sintaxis. Existe como un hecho dado de la Naturaleza al que sus oponentes, y el mundo entero, deben adaptarse y obedecer. El Kremlin empieza a ser tratado como un agente natural inevitable, como los terremotos, las tormentas, los tsunamis y los asteroides que vagan por el espacio y pueden chocar con la Tierra y destrozarla. El agresor es inamovible, insondable y se mueve misteriosamente en la oscuridad. Es un fantasma omnipotente. Lo que significa que, en Occidente, el miedo está tomando la forma de una retirada y amenaza con levantar el pañuelo blanco de la neutralidad, antes de que sea demasiado tarde.

5. Si gana el miedo, sin embargo, ¿cuál será el futuro del mundo? ¿Qué ley podremos encontrar que impida que el más fuerte maltrate al más débil? ¿Qué pasará si el diálogo no vale de nada ante la amenaza? ¿Cómo será posible, de ahora en adelante, evitar que los conflictos degeneren en guerras abiertas? ¿Qué principios, qué leyes, qué justicia se erigirán para evitar el caos? ¿Se encamina acaso el futuro hacia el principio del asesinato como fórmula segura para el triunfo? ¿Es que los países son capaces de ponerse de acuerdo para proteger especies animales al borde de la extinción y no pueden encontrar una manera de mantener su propia especie a salvo? Es costumbre evocar la afirmación de Theodor W. Adorno de que, a la luz de la redención, la Historia aparece necesariamente deformada y ha de asociarse con el arte y su transfiguración. En este caso, podría ser útil asociarla con el campo de batalla para pensar que el poder de la esperanza combinado con la razón puede conllevar la salvación de un principio. Hasta este momento, los países europeos que se han unido en torno a dicha causa parecen creer en este ideal. Mañana no se sabe qué brazos caerán. Estamos pasando por un momento difícil, que requiere irrumpir en la choza del pesebre para rescatar al niño apacible de su doloroso destino, lo que exige valentía. El invierno nos lo dirá. Habrá muertes, frío, escarnio y oscuridad. Pero este es nuevamente uno de esos momentos en los que la razón poética individual sirve claramente a un propósito.

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