Ojalá la política fuera aburrida
La política solo es divertida cuando pintan bastos en la vida
Una España le dice ”de la Constitución” y la otra, “de la Inmaculada”, pero sin acritud ni militancia. No es este uno de esos combates ibéricos que marcan fronteras entre ellos y nosotros, como el de la tortilla con cebolla o sin ella. Con el puente no hay casus belli: laicos, de misa y agnósticos de la tercera España lo disfrutan por igual sin discutir sobre el nombre. Gato negro, gato blanco, lo importante es que junte días de fiesta.
A nadie le extraña que las iglesias estén vacías el día de la Inmaculada, pero no faltan cada año voces que lamentan el descreimiento cívico del otro festivo, el de la Constitución. Incluso los parlamentarios y las autoridades que protagonizan los actos solemnes reprimen los bostezos. Esto entristece mucho a algunos patriotas constitucionales que quisieran que el 6 de diciembre fuera la verdadera fiesta nacional y exaltase la concordia y el orgullo de ser parte de una democracia por la que casi nadie daba un duro de los de 1978. Creen que a la celebración le ha faltado siempre jolgorio y verbena. No es La Pepa de 1812 ni la republicana de 1931, que se bailaban y cantaban con vino clarete. La de 1978 es un trámite compulsado por señoros que olían a Ducados y expurgaron de la prosa de los artículos cualquier destello poético.
Carlos Giménez dibujó una tira en El Papus tras las primeras elecciones de 1977. Las viñetas presentan a un hombre en la fila de la votación que repasa toda su vida mientras espera el turno. Recuerda la República, los combates en la guerra, el exilio y la cárcel. Al salir del colegio se encuentra con un viejo camarada que le pregunta qué tal. “Me ha sabido a poco”, responde. Hoy son muchos los españoles que, sin haber sufrido lo que ese personaje, lamentan lo insípido del 6 de diciembre. Esperan de la política no sé qué milagro y añoran tiempos emocionantes, de retórica inflamada y compromisos suicidas. Que sepa a poco, sin embargo, casi a nada, a agua corriente, es su mejor virtud. Una política aburrida no es un ideal malo, pues la política solo es divertida cuando pintan bastos en la vida. Aquel personaje de Giménez no había luchado en vano. Ojalá su decepción hubiera persistido hasta hoy y los nostálgicos de una política de tumulto no fuesen tantos, pues eso significaría que la democracia española es tan sólida que funciona sola mientras los españoles se van de puente. Y no es así.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.