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tribuna
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Los moderados han ganado las elecciones de medio mandato en Estados Unidos

Los comicios han trasladado a demócratas y republicanos que para tener las máximas posibilidades de ganar la Casa Blanca en 2024 necesitan un candidato capaz de llegar más allá de la base del partido

Elecciones Estados Unidos
La bandera estadounidense ondea ante el Capitolio del Congreso en Washington, el pasado miércoles.Graeme Sloan (Bloomberg)
Yascha Mounk

No está claro quién controlará el Congreso tras las elecciones de medio mandato del martes pasado, pero hay dos cosas que sí lo están: la moderación puede dar grandes dividendos electorales y Donald Trump se ha convertido en un lastre electoral para el Partido Republicano.

Es cierto que acaban de resultar elegidos muchos candidatos extremistas. Según The New York Times, el martes vencieron más de 200 candidatos republicanos que negaron los resultados de las elecciones de 2020 o pensaron hacerlo. En muchos Estados hay demasiados votantes a los que los ataques del movimiento MAGA (Make America Great Again, los seguidores de Trump) a la integridad de las elecciones no les asquean lo suficiente como para asegurarse de que esos negacionistas ocupen un cargo. Es evidente que los candidatos extremistas que ponen en duda las instituciones democráticas de Estados Unidos conservan ciertas posibilidades electorales.

Pero prácticamente en todos los Estados en los que los votantes tenían diversos candidatos republicanos para un cargo estatal obtuvo más votos el candidato más moderado. El “voto repartido” ha ido disminuyendo desde hace décadas. A medida que la política estadounidense se ha polarizado, hay menos votantes dispuestos a apoyar a un republicano para un cargo y a un demócrata para otro. Pero ahora parece que la tendencia está invirtiéndose. El martes pasado, un número importante de votantes repartió su voto, es decir, apoyó a los republicanos que se han mantenido a cierta distancia de Trump y castigó a los que han coqueteado con el movimiento MAGA.

La base de Trump todavía controla firmemente ciertos sectores del Partido Republicano. Pero el extremismo de muchos de sus candidatos —además de la moderación de algunos demócratas en disputas especialmente importantes— ha sido una de las principales razones por las que no se ha producido la “ola roja” prevista.

Un ejemplo es Georgia.

Brian Kemp, el actual gobernador republicano, que se presentaba a la reelección, resistió valientemente las presiones para que rechazara los resultados electorales del Estado en 2020. Sobrevivió a los furiosos ataques de Trump y a unas primarias con un serio rival que, en algunos momentos, pareció que iba a triunfar. La recompensa de Kemp ha sido una victoria inequívoca sobre su contrincante demócrata, Stacey Abrams.

En cambio, Herschel Walker, el candidato republicano al Senado, ganó sus primarias con un gran apoyo de Trump. Y, cuando tuvo la oportunidad de hablar de algo que no fueran sus escándalos personales, fue para repetir las teorías de la conspiración del movimiento MAGA a propósito de las elecciones de 2020. Walker tendrá otra oportunidad de obtener el escaño en una segunda vuelta. Pero le ha ido mucho peor que a Kemp, puesto que ha conseguido alrededor de 200.000 votos menos y ha quedado por detrás de su adversario demócrata, Raphael Warnock, por un estrecho margen.

El mismo contraste ha resultado aún más llamativo en Pensilvania. Mehmet Oz, el candidato republicano al Senado, y Doug Mastriano, el candidato republicano a gobernador, contaban con el apoyo de Trump y han perdido. Pero Oz, que se presentaba como un conservador más convencional y más centrado en los problemas económicos, perdió ante el demócrata progresista John Fetterman solo por tres puntos, aproximadamente. Mastriano, miembro a ultranza del movimiento MAGA, que participó en el mitin en favor de Trump del 6 de enero de 2021, perdió por 13 puntos ante el demócrata moderado Josh Shapiro.

El voto repartido ha cobrado impulso sobre todo por los contrastes tan marcados entre unos candidatos republicanos y otros, como es el caso de Brian Kemp y Herschel Walker. Pero también pueden haber influido otras diferencias más sutiles en el perfil de los candidatos demócratas, como Raphael Warnock y Stacey Abrams.

Warnock ha apoyado sistemáticamente las políticas del Gobierno de Joe Biden y defiende los derechos de los grupos minoritarios. Pero ha sabido combinar esos compromisos con un énfasis en la moderación y el acercamiento a los republicanos tradicionales. Es antiguo pastor, le gusta hablar de su fe religiosa y se esforzó por ganarse a los votantes blancos y centristas de los suburbios de Atlanta. Incluso ha grabado anuncios populacheros, como uno en el que aparece en una granja de cacahuetes mientras presume de los logros legislativos que ha conseguido haciendo que los dos partidos trabajen juntos.

Abrams siguió una estrategia muy diferente. Firme creyente en la política identitaria para que el Partido Demócrata gane elecciones, dado que cada vez es mayor el porcentaje de votantes que no son blancos, se presentó con un programa muy a la izquierda de Warnock. Cuando las encuestas sugirieron que estaba debilitándose su apoyo entre los hombres negros de Georgia, descartó la idea de que su estrategia pudiera haber irritado a un grupo demográfico tradicionalmente demócrata pero socialmente moderado. En lugar de ello, achacó sus problemas a que es un sector de la población muy vulnerable a la propaganda: “Por desgracia, este año, los hombres negros han sido una población muy atacada por la desinformación”.

Los demócratas que han prestado más atención a la economía, se han alejado del ala progresista del partido y se han acercado a los votantes republicanos tradicionales también han obtenido buenos resultados en otros estados. En Ohio, el candidato demócrata al Senado, Tim Ryan, no logró vencer a J. D. Vance, pero obtuvo resultados mucho mejores que otros candidatos demócratas que se presentaban en ese Estado. Del mismo modo, en Wisconsin, Tony Evers, el actual gobernador demócrata, superó a los candidatos más progresistas, como el aspirante al Senado Mandela Barnes, y ganó la reelección, aunque por poco. “En los últimos cuatro años, me he esforzado en cumplir [mis] promesas”, dijo, haciendo hincapié en sus credenciales de moderado. “Algunos me llaman aburrido, pero ¿sabéis qué, Wisconsin? Resulta que lo aburrido gana”.

David French, uno de los principales conservadores contrarios a Trump (y colaborador de The Atlantic), ha resumido una lección crucial de las elecciones del martes. “Resulta que la base republicana”, tuiteó, “necesitaba a algunas de esas personas de las que ha estado burlándose, a las que ha despreciado y amedrentado hasta expulsarlas del partido”.

En definitiva, cuanto más se alinean los candidatos republicanos con el movimiento MAGA, peor les va, en general. El problema es, por supuesto, que el ala activista del Partido Republicano está quizá demasiado fascinada por Trump para aprender la lección. Por muy impopulares que sean en el país en general, los candidatos extremistas que obtuvieron malos resultados en estas elecciones todavía pueden contar con el apoyo de los fanáticos dentro de un gran bloque de votantes de las primarias republicanas.

El aumento del voto dividido muestra que los estadounidenses tienen una preferencia real por los moderados cuando pueden votar por ellos. Pero el sistema que utilizan los dos grandes partidos para elegir a sus candidatos puede garantizar que esa opción no figure en las papeletas cuando más importa, en noviembre de 2024.

Las elecciones de mitad de mandato han transmitido un mensaje claro tanto a demócratas como a republicanos. Para tener las máximas posibilidades de ganar la Casa Blanca en 2024, hay que elegir un candidato moderado que sea capaz de llegar más allá de la base del partido. Si ambos partidos aprenden la lección, quizá estemos ante una era menos polarizada y peligrosa en la política estadounidense. Si solo la aprende uno de los partidos, tendrá una gran ventaja. Si ninguno de los dos partidos la aprende, todo es posible, incluido un segundo mandato de Donald Trump.

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