EL PAÍS en la era digital
Un cuarto de millón de suscriptores confían en un periodismo hecho con la misma exigencia de siempre adaptado a un tiempo veloz
Las transformaciones que vive Occidente en plena revolución digital han impactado de forma directa en el ecosistema de la información del siglo XXI. La Red ha generado una multiplicación de canales por los que el ciudadano accede a información que muy a menudo es desinformación descarnada, sin una estructura profesional capaz de tasar, jerarquizar, ordenar y contar la información difundida. Algunos medios clásicos, entre ellos EL PAÍS, emprendieron hace ya años la carrera de la transformación digital con éxito más que notable y sin renunciar al papel. La clave sin embargo no está en el canal sino en la calidad de la información veraz, que es cara hoy como lo ha sido siempre. Hoy la prensa digital busca un apoyo esencial: la fidelización de un lector dispuesto a pagar por la calidad de la información, la credibilidad de la opinión y el repudio a la intoxicación tremendista como forma de generar visitas y clics.
Frente al vértigo y la aceleración que vivió el ecosistema de medios hace algo más de una década, en los últimos años se ha consolidado la conciencia de que la información tiene precio. El periodismo de calidad exige verificación, tiempo y dedicación. EL PAÍS ha alcanzado este mes la cifra de un cuarto de millón de suscripciones, incluidos los suscriptores de la edición de papel (que disponen también de acceso a la edición digital): no son iguales ambas ni responden a una misma idea. El lector de la edición digital dispone de más información, más opinión y una cobertura multimedia —podcasts, vídeo, directo— que ofrece una herramienta ágil de actualización en la que la reacción y la jerarquización de la información conviven con la inmediatez.
El pilar del nuevo modelo de negocio es decididamente el suscriptor. La aclimatación progresiva del lector español al pago redunda en la calidad y el fortalecimiento de la democracia: sin información fiable, crítica e independiente no hay democracia cualificada. El amarillismo no es nuevo en el periodismo pero sí lo es la masiva y veloz difusión que propician algoritmos de recomendación que amplifican la propaganda. La verificación y la rectificación exigen equipos profesionales y el ritmo lento de la reflexión y la comprobación. En la esencia misma de la democracia está el delicado equilibrio entre la inmediatez de la Red y el temple de la verificación frente a la agitación nerviosa de canales que parecen información y son apenas frases de impacto encadenadas y muchas veces animadas por el afán de intoxicación. El periodismo de calidad cuesta dinero y la garantía de su supervivencia está en la credibilidad que le otorgan sus suscriptores.
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