_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La máquina de desaparecer

En México, las Madres Buscadoras hacen lo que el Estado no hace: buscan a sus hijos

Crisis de desaparecidos en México
Las familiares de una persona desaparecida durante una protesta en Guadalajara (México), el pasado 10 de mayo.Francisco Guasco (EFE)
Leila Guerriero

Guadalajara. Doce mujeres reunidas. “Busco a mi esposo. Desapareció en 2011″, dijo Griselda. “Mi esposo desapareció en 2019″, dijo una visitadora médica. “Yo tengo a mi hijo ausente”, dijo una mujer mayor, elegante. No tenían mucho en común (jóvenes y viejas, profesionales y analfabetas), salvo el varón que faltaba: marido, hijo, todos desaparecidos. Los buscaban solas. Habían rastreado en andurriales, preguntado a gente a la que no conviene preguntarle nada, presentado sus hallazgos a la Fiscalía. Jamás les hicieron caso: “Cuando fui ―dijo Griselda― me dijeron: “No busques porque te vas a ir tú también y se van a quedar tus niños solos”. Una de ellas, Adela, era indígena otomí. Su hijo mayor, Aron, había desaparecido en 2017. Alguien que se identificó como policía la llamó y le pidió 1.700 dólares para devolverlo. Ella exigió hablar con Aron. Se lo pasaron y le habló en otomí, para comprobar que era: “Hijo, ¿son policías?”; “Amá, no sé, me tienen con los ojos vendados”. Adela juntó plata, pagó. Aron no apareció nunca. Este año, México superó los 100.000 desaparecidos. Desde 2006, cuando Felipe Calderón inició la guerra contra el narco, el número aumentó: 17.000 durante su Gobierno, 35.000 en el siguiente, más de 31.000 en el actual. Según Naciones Unidas, la delincuencia organizada es “un perpetrador central (…) con connivencia, participación u omisión de servidores públicos”. Las Madres Buscadoras ―este año asesinaron a cinco― hacen lo que el Estado no hace: buscan a sus desaparecidos. Las de Guadalajara no estaban organizadas ni se conocían entre sí. Alguien, al despedirnos, dijo sentir admiración por ellas. Yo también. Pero lo que más siento es desprecio por un sistema que permite ―propicia― la existencia de una máquina de aniquilar personas, y no puede ―no quiere― obligarla a devolver ―aunque sea― sus huesos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Leila Guerriero
Periodista argentina, su trabajo se publica en diversos medios de América Latina y Europa. Es autora de los libros: 'Los suicidas del fin del mundo', 'Frutos extraños', 'Una historia sencilla', 'Opus Gelber', 'Teoría de la gravedad' y 'La otra guerra', entre otros. Colabora en la Cadena SER. En EL PAÍS escribe columnas, crónicas y perfiles.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_