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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Me Too, la liberación de la voz

El movimiento feminista produjo cambios radicales desde que visibilizó hace cinco años el carácter sistémico de la violencia machista

Protesta del movimiento Me Too en Seattle el 20 de enero de 2018.
Protesta del movimiento Me Too en Seattle el 20 de enero de 2018.Ted S. Warren (AP)
El País

Tras cinco años de la aparición del Me Too, lo que inicialmente fue un fenómeno viral se ha convertido en el movimiento feminista más importante del siglo XXI. La publicación, el 5 de octubre de 2017 en The New York Times, de una investigación en la que unas mujeres denunciaban a Harvey Weinstein por acoso y agresión sexual, generó una onda expansiva con profundas repercusiones en diferentes ámbitos. Fue la actriz Alyssa Milano quien utilizó la etiqueta #MeToo en Twitter 10 días después y desde entonces alentó a las mujeres a denunciar los ataques de los que habían sido víctimas en el pasado. Sus confesiones animaron a otras mujeres a hablar, haciendo más posible el hecho de ser creídas y destapó una injusticia omnipresente en la sociedad cuya eficacia se construía sobre el silencio de quienes la padecían. Al quebrar la cultura de la ocultación permitió tomar conciencia de la magnitud del problema: las historias de violencia sexual y machista eran singulares a la vez que, paradójicamente, revelaron su carácter sistémico.

Este movimiento fue una lucha contra la impunidad de los delitos sexuales y las actitudes agresivas, acosadoras o denigrantes contra la mujer. Pero sobre todo constituyó una lucha por la liberación de su voz. El mensaje “yo también” hablaba del descrédito sistemático del testimonio de la víctima en todas las instituciones, algo que las forzó a utilizar otro instrumento: internet. Desde entonces, se han desafiado representaciones vejatorias de la mujer, se ha hablado del amor y del deseo sin dominación y se ha trabajado a favor de la paridad. Se han revisado estereotipos que trataban a las mujeres como meros objetos, negándoles su autonomía y su subjetividad. Y se ha llegado al ámbito judicial, que ha experimentado un notable incremento de denuncias.

Aunque el Me Too ha producido algunos excesos, lo cierto es que ha contribuido a generar grandes esperanzas en una mejora de la justicia. Denunciar la protección insuficiente o muy débil que tenían las mujeres ante esta realidad ha activado una labor jurídica y legal que está ayudando a desandar un camino histórico de atropellos contra la voluntad y el consentimiento y la inaceptable subordinación sexual de las mujeres. Tener claro que la carga de la prueba recae sobre la acusación y alertar sobre la reacción de emoción punitiva que ha podido generar alguna vez no es incompatible con poner el foco en las grandes aportaciones que ha hecho un movimiento que pretende emancipar a la mitad de la población. El impulso para reformar tanto el derecho penal como el civil para perseguir mejor la agresión y el acoso sexuales no debe desdeñarse. Tampoco el haber roto barreras que protegían a varones que ocupaban posiciones de poder desde donde eludían cualquier imputabilidad. El Me Too abrió decididamente nuevas puertas en la lucha feminista por la igualdad.

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