El imperio abstracto
Isabel II supo hacer de la Commonwealth el escenario idóneo para manifestar mediante gestos simbólicos las convicciones personales que siempre evitó traslucir en la política interna del Reino Unido
Las banderas de la India ondeando a media asta en señal de luto por la muerte de la reina Isabel II evocan hoy, 11 de septiembre, la compleja historia del Reino Unido y el país que fue considerado la “joya de la corona” del Imperio Británico. El día de duelo nacional decretado por el Gobierno de Delhi durante esta jornada constituye, sin duda, una muestra de respeto hacia la jefatura del Estado de la potencia que ejerció de metrópoli hasta 1947, cuando la India alcanzó una independencia de la que este año se cumplen 75 años. Pero el gesto de rendir tributo oficial a la reina fallecida no pretende recordar, sin embargo, ninguna relación privilegiada que derive del pasado colonial compartido: las banderas de la India también ondearon a media asta con motivo del asesinato del ex primer ministro japonés Shinzo Abe, creador del concepto de Indo-Pacífico que inspira una parte sustantiva de la actual geoestrategia mundial. Al igual que otros territorios víctimas de la expansión europea en Asia, África y el Caribe, la India considera llegado el momento de cerrar de una vez por todas el capítulo colonial, evitando una victimización sin fecha de caducidad pero también el reconocimiento de una singularidad necesariamente ambigua en las relaciones con las capitales de los antiguos imperios. El colonialismo existió y fue una lacra, se piensa en la India, pero hay países que, por su propio esfuerzo y determinación, han llegado a estar en condiciones de tratar en pie de igualdad a los herederos de quienes los sojuzgaron. Ese sería su propio caso con respecto al Reino Unido.
En la región del Indo-Pacífico identificada por Shinzo Abe, la desaparición de Isabel II ha acentuado las incertidumbres que venían proyectándose sobre la Commonwealth y el papel de la monarquía británica en algunos de los Estados que la componen. La cambiante realidad internacional durante las siete décadas que reinó Isabel II fue convirtiendo la Commonwealth en una suerte de imperio abstracto que la monarca ahora fallecida supo adaptar y administrar con indiscutible inteligencia, y, justo es reconocerlo, en beneficio de la paz y la estabilidad mundiales. Con los años, la reina Isabel supo hacer de la Commonwealth el escenario idóneo para manifestar mediante gestos simbólicos realizados en un silencio legendario las convicciones personales que siempre evitó traslucir en la política interna del Reino Unido, ateniéndose a una rigurosa neutralidad política y que ahora, tras su fallecimiento, han empezado a revelar analistas y políticos. Isabel II fue contraria, así, a la participación británica en la Guerra de Suez de 1956, por más que se atuviese a su papel parlamentario plegándose a la decisión del Gobierno. Su viaje de 1995 a Sudáfrica con el propósito de celebrar el fin del apartheid, además de su proximidad pública a una figura como Nelson Mandela, una de las contadas personas autorizadas a llamarla Lizzy —el nombre familiar con el que se dirigía a ella su círculo más íntimo—, pusieron de manifiesto un inequívoco compromiso contra el racismo, expresado sin palabras.
Este mismo compromiso volvería a exteriorizarse en su viaje de 1997 a la India, el tercero y último que realizaría durante su reinado. En esa fecha, la India conmemoraba medio siglo de independencia e Isabel II no solo quiso estar presente, sino que, dirigiéndose a la multitud en uno de los contados discursos de su vida pública, se refirió a los “episodios difíciles” que habían marcado el dominio colonial británico. Para algunos observadores de la época, referirse de este modo a la represión violenta ejercida por el Gobierno de Londres contra las masas indias fieles a la doctrina de la ahimsa, de la no violencia, predicada por Gandhi, era una forma de eludir lo que de verdad se imponía en ese momento, que era una petición expresa de perdón por parte de la antigua potencia colonial. La realidad es que ni la reina estaba en condiciones de llegar más lejos sin interferir en la política interna británica, ni el paso que se atrevió a dar con la alusión a la represión durante la colonia fue irrelevante. Las manifestaciones convocadas por algunas fuerzas políticas contra la presencia de Isabel II en la India no llegaron a celebrarse, al tiempo que la sociedad británica tuvo que asumir, gracias a esas escuetas palabras, las realidades más crudas del colonialismo. A tal punto, que cabe preguntarse si la manera en la que Isabel II ejerció como “emperadora” de la Commonwealth no acabaría facilitando que el Reino Unido se convirtiese en la sociedad plural que es hoy, en la que un político conservador de origen indio, Rishi Sunak, ha podido aspirar a convertirse en primer ministro.
Desde su constitución más o menos formal en 1931, cuando un grupo de antiguas colonias británicas suscribieron el Estatuto de Westminster, la Commonwealth regida por Isabel II llegó a integrar más de medio centenar de países y hasta 2.500 millones de personas en todo el mundo, la mitad de ellas en la India. Y aunque la India llegó a participar en las negociaciones que condujeron a la firma del Estatuto de Westminster, por el que el Reino Unido reconoció el autogobierno de Canadá, Australia o Nueva Zelanda, aunque manteniendo al titular de la monarquía británica como jefe de Estado, su incorporación a la Commonwealth no tuvo lugar hasta 1950, una vez alcanzada la independencia. Un año antes, en 1949, Londres había cursado a su antigua colonia una invitación para formar parte de esta comunidad de naciones, que, por lo demás, serviría de remota inspiración a la Francofonía patrocinada por París, la Comunidad Iberoamericana que promovió España desde 1992 o la Lusofonía articulada por Portugal. La única condición que impuso el entonces primer ministro, Jawaharlal Nehru, fue no tener que prometer lealtad a la corona británica, dando continuidad a la posición de independencia plena mantenida por la delegación india en las negociaciones de Westminster.
Durante los últimos tiempos, algunos miembros de la Commonwealth, como Barbados en 2021, han decidido convertirse en repúblicas, poniendo fin al reconocimiento del titular de la monarquía británica como jefe de Estado. Esta tendencia a revisar el Estatuto de 1931 se encuentra también presente en países integrados en la región del Indo-Pacífico, como Australia, donde el primer ministro, Anthony Albanese, ha creado una cartera gubernamental encargada de preparar la separación del país de la corona británica. Isabel II supo adaptar la Commonwealth a las reivindicaciones de sus miembros, haciéndola subsistir. Su sucesor, Carlos III, se encontrará, seguramente, con el mismo desafío, solo que en un contexto agravado por dos circunstancias políticas acuciantes. Una de carácter interno, constituida por la contradicción que representa el Brexit frente a la voluntad de inclusión que está en el origen de la Commonwealth: después de haber abandonado la Unión Europea, ¿cómo podrá convencer el Reino Unido a los países que quieran dejar la comunidad de naciones creada en Westminster? La segunda circunstancia es de carácter internacional, y tiene que ver con la consolidación del concepto estratégico de Indo-Pacífico. Si una Commonwealth dirigida por el nuevo rey británico no identifica un claro valor que añadir a otras alianzas regionales como el Quad, del que forman parte India y Australia, el peculiar imperio que dirigió Isabel II puede llegar a ser aún más abstracto, convirtiéndose en un eco apenas perceptible del pasado o, incluso, desvaneciéndose en el aire.
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