Prevenir el suicidio juvenil
El plan promovido por ocho hospitales públicos españoles supone un avance y una esperanza ante un problema creciente
El suicidio de un adolescente es, por encima de todo, una inmensa tragedia familiar, pero a la vez un problema social de una creciente dimensión que exige con urgencia medidas preventivas. La antigua cortina de silencio en torno a este drama no ha sido efectiva y puede haber llegado a ser contraproducente. El ocultamiento estigmatizador ha sido ampliamente cuestionado por los expertos en condiciones normales, pero desde la pandemia ha dejado de ser una opción. En 2020, último año del que existen cifras, el suicidio fue la segunda causa de fallecimiento entre los jóvenes de 15 a 29 años, solo por detrás de los tumores. Ese mismo año, se quitaron la vida en España 3.941 personas, la cifra más alta de la serie histórica. En conjunto, el suicidio ya es la primera causa de muerte externa (no natural) en España, por encima de los accidentes de tráfico. Las tentativas entre la población de 10 a 24 años se multiplicaron por más de tres entre 2006 y 2020, y las hospitalizaciones por autolesiones casi se han cuadruplicado en las dos últimas décadas. El aumento en particular de los casos de mujeres multiplica la alarma y conduce a cuestionar las causas culturales de este repunte y reforzar las medidas de prevención.
Ocho hospitales públicos españoles de cinco comunidades, entre ellas Madrid y Cataluña, se han unido en un ensayo clínico —el proyecto Survive— con la intención de diseñar el primer plan nacional destinado a reducir el suicidio entre jóvenes de 13 a 18 años, a partir de una terapia con 300 personas de esa edad que ya han intentado quitarse la vida. Sus resultados se harán públicos a principios de 2023. Otra línea de investigación se centra en los adultos. Las conclusiones del proyecto pueden resultar importantes para ofrecer pautas concretas y evitar un desenlace que no siempre es fatal y en el que existe un margen relevante de actuación. Se registran 20 tentativas por cada suicidio consumado, entre el conjunto de la población, y los meses inmediatos al primer intento son críticos, sobre todo entre los jóvenes. Es crucial identificar los factores de riesgo individuales, familiares y sociales en una edad tan compleja como la adolescencia, en la que además están cobrando relevancia como motivo de peligro emergente las nuevas tecnologías y, en particular, las redes sociales. Un dato puede servir para calibrar lo que supone ese momento vital conflictivo en la sociedad actual: el año pasado, el 25% de los jóvenes de 15 a 29 años tomaron psicofármacos y más de un 44% tuvieron ideas suicidas, según un estudio de las fundaciones FAD Juventud y Mutua Madrileña.
El suicidio juvenil es solo una faceta, aunque de las más dolorosas, de la preocupación en alza por la salud mental como grave problema sociosanitario. Sanidad y las comunidades pactaron en mayo un necesario plan de atención trienal, dotado con 100 millones, entre cuyas seis líneas de actuación figura la prevención, detección precoz y atención a la conducta suicida. Su fruto más inmediato fue la puesta en marcha del 024, el primer teléfono creado en España para prevenir este problema, que ya ha atendido desde entonces más de 34.000 llamadas. Cada día recibe cerca de 300. Supone un útil instrumento de escucha y ayuda profesional, pero quizá haya llegado el momento de plantearse, como demandan algunos expertos, el desarrollo de un plan nacional específico de respuesta. Una sola o múltiples razones pueden llevar a una persona a desear matarse. Los expertos suelen repetir que quien se quita la vida no quiere morir, sino dejar de sufrir. La frase significa que el problema incumbe al conjunto de la ciudadanía.
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