La paradoja de Olbers
Las prodigiosas imágenes de los confines del cosmos nos sumergen en abismos filosóficos
¿Por qué no es blanco el cielo nocturno? Todo lo que vemos nos parece obvio, como estar pegados al suelo de un planeta redondo, que el Sol salga y se ponga todos los días y que la noche sea oscura. Pero, ¿por qué es oscura? No me refiero a la cuestión trivial de que media Tierra está de espaldas al Sol, sino a un enigma mucho, mucho más seductor y desconcertante. El primero en morderlo fue uno de los grandes cerebros creativos de todos los tiempos, Johannes Kepler, que ya en 1610 reparó en que, si el universo es infinito, como sostenían y siguen sosteniendo muchos estudiosos, sus infinitas estrellas deberían anegar nuestra visión del cielo en un color blanco tan deslumbrante como el mismo Sol lo es durante el día. Kepler utilizó este argumento en un intento de refutar que el cosmos fuera infinito. Brillante, pero inexacto.
En su forma moderna, el misterio de por qué la noche es oscura se llama paradoja de Olbers, por el astrónomo alemán Wilhelm Olbers, que trabajó a caballo entre el siglo XVIII y el XIX. Su currículum era impecable, con el descubrimiento de cinco cometas y de los asteroides Pallas y Vesta, y no contento con ello rescató el viejo enigma planteado por Kepler. Si el universo es infinito, todas nuestras líneas de visión deberían acabar en la superficie de una estrella. Luego el cielo nocturno no debería ser oscuro, sino brillante como un amanecer en el desierto. Esta es la paradoja de Olbers, que solo parece tener una solución: que el universo es finito. Nuevo error.
Muchos cosmólogos contemporáneos, yo diría que la mayoría, creen que el universo es infinito. Es lo que predicen las hipótesis del big bang dominantes en el campo, agrupadas en el concepto de inflación cósmica (no voy a hacer el chiste obvio). Según estas ideas no comprobadas empíricamente, el big bang consistió en un fenómeno cuántico, ese territorio ignoto donde nuestra intuición empieza a patinar, y generó una expansión acelerada del espacio a una velocidad muy, muy superior a la de la luz. Esto parece violar a Einstein, cuya teoría de la relatividad se basa en que nada pueda viajar más deprisa que la luz. Pero no lo viola, porque Einstein se refiere a objetos que se mueven a través del espacio, y aquí estamos hablando de la velocidad de expansión del espacio mismo. Las matemáticas dicen que la inflación cósmica puede generar con toda naturalidad no ya un universo infinito, sino un número infinito de ellos.
¿Qué hay entonces de la paradoja de Olbers? Las imágenes que hemos conocido esta semana del telescopio espacial James Webb, el heredero evolucionado del Hubble, revelan con claridad meridiana que las zonas oscuras del cielo nocturno que nos mostraba el Hubble están en realidad infestadas de galaxias de todo tipo y tamaño. Su luz lleva cerca de 10.000 millones de años viajando hacia nosotros. Pero puede haber perfectamente otra infinidad de galaxias aún más lejanas cuya luz no nos llegará jamás, debido a la expansión acelerada del cosmos. Si esas fotos no te hacen volar la cabeza, es que estás a punto de sintetizar clorofila.
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