Extremocentrista
El centrismo se radicaliza ante la narrativa cojitranca de una izquierda que hace cosas, pero no las sabe contar. Mientras, la derecha normaliza conductas que coinciden con los postulados del conservadurismo neoliberal
Yo no soy de Twitter. Ni siquiera estoy ahí. No obstante, sé qué se cuece por esa red porque, aunque no quiera, están las voces y están los ecos, y vivimos en tiempos de eco, eco, eco eee y, aunque no me abra una cuenta, veo programas en la televisión que se articulan en torno a los zafarranchos tuiteros y me saltan noticias en el móvil sobre quién le ha arreado un zasca a quién. Por eso, sé que el extremocentrismo es un tema. Hoy debería volver a serlo habida cuenta de los resultados en las elecciones andaluzas. El concepto me intranquiliza: recuerdo la invención de la UCD como marca blanca de la democracia. Como ese partido para quienes no creían en partidos ―que no fuesen de fútbol― ni en ideologías, pero, sin embargo, deseaban participar en la fiesta de la democracia. Meter la papeleta en la urna. La UCD te vendía la fantasía de no ser de nada, de ser del sentido común y lo posible, de ser como mucho de Adolfo Suárez, estrella de la Transición ―con permiso del emérito―, hombre atractivo que, con su templanza, lograría la modernización del país apagando las rabias de los dos bandos como si los dos bandos hubiesen sido igual de sulfúricos. La UCD jugaba con el tópico de que los extremos se tocan, ubicaba el centro sensato en la figura de un antiguo camisa azul e iba borrando las huellas de la lucha antifranquista. La fantasía de no ser de nada se relaciona con la fantasía de no estar en ninguna parte y ahí sucede lo mismo que me pasa a mí con Twitter: no es posible. Después, se acuñó la metáfora capilar de la caspa ideológica, como si ya hubiésemos logrado ser un país cosmopolita y posmoderno tras 40 años de julepe, banderillas y Cristo de los Faroles. Qué sinrazón.
El centrismo se radicaliza en extremocentrismo ante la narrativa cojitranca de una izquierda que hace cosas, pero no las sabe contar: no ha aprendido bien las lecciones de marketing. O quizá las ha aprendido demasiado bien. Y eso despista. Mientras tanto, la derecha, bajo el tupido velo de la moderación y la apelación a un centro que se identifica falsamente con la neutralidad, normaliza conductas que coinciden con los postulados del conservadurismo neoliberal: privatización de lo público, supremacía empresarial y teoría del goteo económico, alegrías fiscales para quienes más tienen, abuso de palabras como gestión, rentabilidad, competitividad o profesionalidad convertidas en mantra para confundir los países con empresas. Esperanza, seguridad, futuro son grandes conceptos huecos que, en los eslóganes, hermosean el armazón extremocentrista que bonificará un 99% el impuesto de sucesiones y donaciones: ¿con estas medidas se pretende suturar la brecha de desigualdad y facilitar la vida a las clases medias? Porque desde el extremocentrismo se dice pretender lo contrario de lo que logran sus políticas. A Dios rogando y con el mazo dando. Lobos con piel de cordero. En el extremocentrismo caben la familia natural y la cruz de Giorgia Meloni, pero no tanto las protestas del metal en Cádiz. Fórmula sacarina, con sonrisa de ortodoncia, para perpetuar la falacia meritocrática en el mar de plásticos. Más allá del antifaz de la templanza, no encuentro diferencias en los programas económicos y sociales de la derecha extremocentrista y de la españolísima derecha a palo seco.
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