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Columna
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Las mujeres asesinadas por el marqués

No conozco relato del crimen que no valore al asesino a expensas de la víctima

Crimen calle Serrano
Dos operarios transportan el cuerpo de uno de los tres muertos, el 20 de junio en Madrid.Eduardo Parra (Europa Press)
Manuel Jabois

Leo con pasión entomológica los perfiles periodísticos dedicados a Fernando González de Castejón y Jordán de Urríes, asesino de dos mujeres, al que en su barrio de Madrid llamaban el marqués porque era marqués, si bien no sé con qué tono se lo llamaban. Me gusta pensar que con el único tono con el que cabe llamarle el marqués a alguien —incluso siendo marqués— en el siglo XXI, pero bien es cierto que hay gente muy impresionable. Es probable, incluso, que a tenor de su estilo de vida y sus maneras, la gente le llamase el marqués sin saber que efectivamente era marqués. No sería la primera vez que el pueblo acierta sin querer; de hecho, es cuando más acierta.

Los vecinos de su portal y los vecinos del barrio esbozan un retrato sólido que va del tipo enloquecido (practicaba puntería con armas de fuego en un patio interior del edificio, amenazaba a vecinos) al fascista (en una junta celebrada en su casa pudieron ver retratos de Franco y Hitler; otros vecinos han contado que durante la pandemia salía al balcón a cantar Cara al sol), pasando por alguien supuestamente arruinado que debía cuotas de la comunidad de propietarios, a un señor que iba dejando por ahí buenas propinas (de ser así, todo perfectamente compatible: se trata de aparentar, vicio primero de quien tiene que agarrarse a una clase social como sea). Y saludaba, eso sí: saludaba siempre; saludaba tanto y tan bien que nadie entiende que no le detuvieran antes. Todo muy folclórico, incluso sus apariciones en televisión como afectado por la quiebra del Banco Madrid: allí se presentaba campechanamente contando que tenía atrapados 700.000 euros, que en propinas ni se sabe cuánto es.

Algo hay, sin embargo, que define su vida de principio a fin: se trata de un maltratador de mujeres; maltrató a su madre y a su hermana, mató a su pareja y a una mujer más. Un día y medio después, mientras escribo estas líneas, aún no se sabe cuál es esa otra mujer a la que mató, y de su pareja he encontrado el nombre, Gema. La fascinación por el asesino no solo no es nueva: es natural. Produce más curiosidad quien decide matar a alguien, por lo que tiene de excepcional, que quien no decide nada y es convertida por su asesino en víctima. De ahí que el interés del público —y los medios— suela irse hacia quien mata más que hacia quien muere. Vuelvo a Iván Jablonka, el autor de Laëtitia o el fin de los hombres (Anagrama, 2017), cuando explica su libro: “No conozco relato del crimen que no valore al asesino a expensas de la víctima. El asesino está ahí para narrar, para expresar su arrepentimiento o para pavonearse. De su juicio, él es el punto focal, si no el protagonista”.

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Olvidó que cuando el asesino se suicida después del crimen, su condición —por estrambóticas que sean sus circunstancias— hace de él la referencia inexcusable de la vida de esas dos mujeres. Hayan hecho lo que hayan hecho en esta vida, hayan conseguido lo que hayan conseguido, serán siempre las víctimas del marqués. Cuando alguien pregunte o busque su nombre, se lo encontrará asociado para siempre con su asesino; el crimen ha sido una oportunidad estupenda de narrar la vida de un hombre que parece el protagonista de una mala comedia sobre lo mal de la cabeza que está el fascismo (como si no lo supiéramos), y ellas en el relato son víctimas y excusa, dos personas que sufrieron en vida la maldad de este hombre y la seguirán sufriendo tras su muerte. Que ha sido, esa muerte, una oportunidad —esta para todo el país— de recordar que él es, como presumía en privado, un Grande de España.

Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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