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tribuna
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Baronías populares

La mayor novedad del nuevo tiempo político para el PP no es haber resuelto el dilema sobre qué hacer con Vox, que sigue ahí, sino un nuevo reparto del poder interno que puede complicar la gestión de esa cuestión

Alberto Núñez Feijóo y Juan Manuel Moreno.
Alberto Núñez Feijóo y Juan Manuel Moreno.Alejandro Ruesga
Sandra León

Los últimos datos de encuesta muestran que la llegada de Alberto Feijóo a la presidencia del Partido Popular ha devuelto a esta formación el pulso electoral que muchos de sus miembros anhelaban. También parece evidente que la organización del PP ya no es la misma de antes, pues el proceso que renovó la cúpula del partido mostró la intensidad con la que se ha centrifugado el poder interno. Feijóo pidió a los presidentes autonómicos algunos nombres para la configuración de su equipo y en pocos días la dirección quedó cincelada de abajo a arriba. El vacío que dejó la defenestración de Casado y su equipo fue copado con tanta naturalidad por la voz de las baronías que cuesta adivinar en esta organización la estructura centralizada de antaño.

La reafirmación de los barones del PP, reivindicada por el propio Feijóo en el Congreso que le consagró como líder, ocurre en un partido donde los poderes territoriales han jugado tradicionalmente un papel moderado, sobre todo si lo comparamos con el de los barones socialistas. Esto se debe a que el PP ha contado con una estructura organizativa más centralizada que la del PSOE y con menos disparidad de opiniones entre sus élites sobre el modelo autonómico. Desde su refundación, la principal fuente de división interna en el PP no ha sido la cuestión territorial, sino las distintas facciones ideológicas.

Con el tiempo las cosas han cambiado. Por un lado, al igual que en otros países federales, las carreras políticas en el nivel autonómico se han vuelto más atractivas y han ganado en profesionalidad como consecuencia de la consolidación del poder institucional regional. Por otro, dicha consolidación también ha permitido una mayor heterogeneidad en las propuestas programáticas autonómicas del PP y su adaptación a las preferencias de cada electorado. El resultado de esa declinación regional del programa ha sido un creciente solapamiento entre la diferenciación ideológica y los contornos del poder territorial. Precisamente el PP de Galicia siempre ha ostentado esa singularidad territorial dentro del partido.

Con la llegada de Vox, las peculiaridades programáticas y estratégicas de cada territorio se han hecho más evidentes, pues los presidentes autonómicos parecen tener distintas respuestas a la pregunta de cómo abordar el auge electoral del partido de Abascal. Las motivaciones en cada región seguramente son distintas: en algunos casos serán fruto del grado de comunión con los principios ideológicos de Vox y en otros estarán determinadas por la urgencia de mantener o conquistar el poder. En cualquier caso, si hubo un momento en el que el PP podría haberse ahorrado o moderado estos dilemas con Vox, ese tiempo ya ha pasado. La indecisión de Casado y la ausencia de una estrategia nacional definida y sostenida en el tiempo frente a la derecha radical ha facilitado que cada territorio reivindique ahora su capacidad de improvisar la respuesta que más le convenga.

Feijóo tendrá difícil manejar esa autonomía desde la oposición. Primero, porque las baronías territoriales, aunque representen una reserva de poder para el partido cuando éste no se encuentra en la Moncloa, lastran la capacidad de cualquier líder nacional de imponer una agenda política coherente en todo el país. Quizás por ello el líder popular ha preferido posponer junto con Sánchez la reforma del modelo de financiación autonómica: demasiado ruido y disenso interno para afrontar en condiciones óptimas las próximas contiendas electorales.

Segundo, el líder del PP ha nombrado en la dirección nacional a personas cercanas a los barones territoriales, quizás con el propósito de generar interdependencias entre la acción en los territorios y la del aparato nacional. Sin embargo, la tracción de esos vínculos organizativos será insuficiente para imponer disciplina si sigue en la oposición tras las elecciones autonómicas previstas para 2023. En un posible choque entre el poder del aparato y el poder del gobierno, es más probable que la balanza se incline a favor del segundo, aunque el primero provenga de la dirección nacional y el segundo del ámbito autonómico.

En definitiva, la mayor novedad de este nuevo tiempo político para el PP no es haber resuelto el dilema sobre qué hacer con Vox, que sigue ahí, sino un nuevo reparto del poder interno que puede complicar la gestión de ese dilema, a menos que cuente con un apoyo electoral más amplio del que le otorgan las encuestas. De momento, Feijóo no incurre en la indecisión política de Casado, pero opta por tomar caminos secundarios, bien por la vía de la desvinculación (caso del pacto de Gobierno en Castilla y León) o de la distracción propositiva, como impulsar la idea de que gobierne la lista más votada.

El tiempo corre y los futuros resultados electorales en Andalucía y en las elecciones autonómicas del 2023 devolverán al PP al mismo dilema, con un agravante: en cada posible disonancia entre el discurso de Feijóo y lo que ocurra con Vox en los gobiernos autonómicos el líder de los populares se dejará jirones de liderazgo en su camino hacia La Moncloa. Será entonces el momento de comprobar si el poder territorial que ahora reivindica ha cooptado, más que apuntalado, la manera en la que la nueva dirección nacional quiera determinar la relación del PP con Vox.

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