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El verdadero rostro del enemigo

Cuando el plan está orquestado para la destrucción, es difícil lograr un acuerdo de paz; lo supieron Negrín y Azaña, lo está aprendiendo Zelenski

El presidente de la República, Manuel Azaña (al fondo, con abrigo negro); Juan Negrín, jefe del Gobierno (con gabardina blanca), y los generales Rojo y Miaja (detrás y al lado de Negrín), en Madrid en noviembre de 1937.
El presidente de la República, Manuel Azaña (al fondo, con abrigo negro); Juan Negrín, jefe del Gobierno (con gabardina blanca), y los generales Rojo y Miaja (detrás y al lado de Negrín), en Madrid en noviembre de 1937.FUNDACIÓN JUAN NEGRÍN
José Andrés Rojo

El 16 de noviembre de 1937, Manuel Azaña visitó Madrid. Desde mayo de ese año estaba instalado en La Pobleta, Valencia, desde donde seguía el curso de la guerra y donde exploraba en su diario la manera de entender lo que ocurría. Recibía visitas, escuchaba lo que le contaban, opinaba y sugería. No podía hacer mucho más. Las tropas franquistas habían procurado rendir cuanto antes la capital, ese fue su primer objetivo en cuanto se produjo el golpe de Estado en julio de 1936, pero encontraron una heroica resistencia. Y fracasaron. Así que insistieron en otros frentes, sobre todo en el Norte, que terminó de caer a finales de octubre. Azaña fue a Madrid en coche, el día era lluvioso, tuvieron dos pinchazos.

Madrid había sido bombardeada con ferocidad. A Azaña le sorprendió al recorrer la Castellana sobre todo el “silencio sepulcral”. La ciudad “parece transferida a la tiniebla eterna”, escribió. Y también: “Esa quietud tenebrosa, que parece olvido, indiferencia o desdén por el destino, qué angustias encubre. Declara la actitud de aguardar, minuto por minuto, durante un año, la visita de la muerte”.

Es esa misma visita la que esperan estos días quienes resisten en Ucrania al ejército ruso. Todas las guerras son distintas, pero su música de fondo siempre está empapada de calamidad y dolor, y está llena de esa angustia que va cubriendo cada resquicio y que se alimenta de un desgarro intolerable: ¿por qué esa violencia que rompe de pronto el curso de las cosas y abre las puertas del infierno? ¿Con qué derecho puede alguien pretender quebrar a una sociedad entera para colmar sus aspiraciones de poder? Frente a la brutalidad del matón solo cabe defenderse, por limitadas que sean las propias fuerzas y por suicida que sea el trágico gesto de afirmar la libertad ante un enemigo superior.

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Azaña visitó Madrid en noviembre de 1937 y la destrucción que encontró reforzó su convicción de que había que buscar la paz, que la República no podía ganar la guerra con las fuerzas que tenía. Unos meses después, en mayo de 1938, recogió en su diario una larga conversación con Juan Negrín, el jefe de Gobierno, el responsable de seguir manteniendo vivo el afán de detener al enemigo, cada vez más poderoso gracias a la constante ayuda de la Italia fascista y la Alemania nazi. Azaña creía que todo estaba perdido, que no bastaba esa “fe indispensable en la victoria” que reclamaba Negrín. Fue duro: “Le pedirán cuentas los vivos, en nombre de los que mueren sin necesidad”. Negrín le respondió: “Yo creo que podemos ganar. Además, no se puede hacer otra cosa”.

Kiev ha resistido, y las tropas de Putin se concentran en otros frentes. Mariupol muestra el verdadero rostro de un enemigo que no se va a detener y que no tiene el menor interés en buscar un acuerdo de paz. Negrín y Azaña, aunque no fuera tarea suya, buscaron ese acuerdo durante aquella guerra de hace muchos años para frenar esa catástrofe, y encontrar una salida. No fue posible, Franco tenía otro plan. “Además, no se puede hacer otra cosa”, dijo Negrín. Cierto: tenían que seguir peleando, por lo menos hasta que se disipara la última esperanza: que las democracias europeas ayudaran por fin a la República española frente al avance de un proyecto totalitario. No lo hicieron. Ojalá que no le ocurra lo mismo a Volodímir Zelenski ahora que las cosas pueden ir a peor.


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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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