Es complicado
Es hora de asumir el hecho de que nadie está ganando la guerra en Ucrania
La idea de dividir el mundo en buenos y malos es relativamente nueva desde un punto de vista histórico. La primera vez que recuerdo haber oído esta frase fue en boca de Bruce Willis, cuya carrera acaba de terminar a causa de una enfermedad. Este puede ser un buen momento para reflexionar sobre los juicios de valor binarios en política.
Ronald Reagan tildaba a Rusia de imperio del mal, pero era pragmático y posteriormente llegó a un acuerdo con Mijaíl Gorbachov. El Reino Unido no aplacó a Hitler en 1939, pero hizo las paces con Alemania en 1945. Los que fantasean con llevar a Vladímir Putin ante un tribunal de crímenes de guerra no solo se exponen a llevarse un chasco, sino que es posible que la propia Ucrania acabe haciendo un trato con el malo y les deje haciendo aspavientos en su postura de superioridad moral.
Un juicio por crímenes de guerra solo puede tener lugar si Rusia pierde la guerra, si hay un cambio de régimen en Rusia, y si el nuevo Gobierno decide extraditar a Putin. Son tres suposiciones complejas, ninguna de las cuales es muy probable. Para empezar, la mayoría de las guerras no terminan con un vencedor y un vencido claros. Esta podría perfectamente ser una de ellas. Ucrania ha logrado infligir pérdidas extremas al bando ruso, pero la campaña de Rusia va mucho mejor en el sudeste. Ahora se están reagrupando. ¿Recuerdan a los generales retirados que predijeron que Rusia se enfrentaba a una derrota inminente y a un colapso? El arma más potente de Rusia no son las bombas nucleares, sino una paciencia que supera la corta capacidad de atención de los medios de comunicación occidentales. Algunas personas en Twitter tienden a tratar esta guerra como un partido de fútbol y se impacientan porque el árbitro tarda en pitar el final. Otros, sobre todo en el Reino Unido, la comparan con la Segunda Guerra Mundial, donde el malo sí fue derrotado, donde hubo un cambio de régimen y donde los miembros supervivientes del antiguo régimen fueron juzgados.
Lo cierto es que es complicado. Occidente debe mantenerse firme frente a Putin. Pero no debemos sobreestimar nuestro propio poder. He sostenido que nuestras sanciones occidentales no están teniendo éxito porque dejan fuera el petróleo y el gas, y porque China, India y otros siguen apoyando a Putin. Las sanciones desempeñan una función en la política exterior. Pueden poner de rodillas a un país pequeño. Pero Rusia es demasiado grande para que eso ocurra. No vamos a sacar a los rusos así como así. Otro factor a tener en cuenta es que Alemania, en particular, no está dispuesta a sufrir ni siquiera un pequeño efecto en su PIB como consecuencia directa de las sanciones. Putin tiene un umbral de dolor más alto. Un golpe del 30% en su PIB no va a disuadirle. También es complicado porque todo es asimétrico.
Me fijé en un comentario de Mike Mazarr, de la Rand Corporation, que sostenía que, en ocasiones, la opción moral correcta es no intervenir. A mucha gente no le gusta oír eso. Al igual que a él, a mí también me sorprende la facilidad con la que algunos bienhechores con niebla mental abogan porque la OTAN se enfrente directamente a una potencia nuclear, sin siquiera considerar la posibilidad del derramamiento de sangre que eso podría desencadenar. La OTAN debería reafirmar su compromiso de defensa mutua del Artículo 5. Pero sería un error que la OTAN atacara a Rusia, a no ser que Rusia atacase primero.
Si ni siquiera podemos poner fin a las importaciones de gas de Rusia, es imposible que podamos infligir una derrota militar total a Putin. Seguimos financiando su guerra. La característica que define a la UE moderna es que se esconde detrás de Alemania. El hecho es que, al rechazar las sanciones sobre el gas y el petróleo, la UE está proporcionando a Putin las divisas que necesita para financiar todas las actividades del Estado ruso, incluida su guerra. Sin ese dinero, lo pasaría mal. Si hay que hacer aspavientos por algo, tendría que ser por el hecho de que la UE está optando por las sanciones no con un propósito estratégico, sino para ponerse la careta de la virtud.
Esto significa que estamos metidos hasta el cuello en un escenario de segundos y terceros mejores resultados. La situación se liará y se complicará. Algunos acabarán muy confundidos porque ya no hay un bueno y un malo.
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