Impresión de la guerra
‘Las abejas grises’, de Andrei Kurkov, se rebela contra la apatía de quienes tratan de ignorar el conflicto bélico y aprenden a vivir con él
Fue el pasado miércoles a media mañana, en un salón del pabellón Olympia de Londres. Mientras editores y agentes de todo el mundo negociaban derechos en las mesas de los expositores de la feria del libro, un hombre en tensión esperaba para empezar la sesión que protagonizaba. Vestía un chaleco negro y gris, llevaba un jersey de cuello alto negro también. Tal vez fue el acto más concurrido de los celebrados en el recinto durante los tres días de la feria. Todas las sillas ocupadas, gente sentada en el suelo, decenas de personas de pie al fondo de una sala con suelo de moqueta y paredes forradas de madera. Tras la presentación del ciclo Diálogos sobre la guerra, organizado por el PEN Ucrania, el escritor Andrei Kurkov se sentó en la butaca y esperó la pregunta de la periodista Georgina Godwin.
No iba a perder el tiempo. A toda velocidad expuso su visión de lo sucedido, como si su intervención fuese un campo de batalla y él estuviese haciendo la guerra con otros medios: la internacionalización de un relato para derrotar la invasión, su visión dura e irónica expuesta como un severo grito de concienciación.
La puerta de la sala de actos estaba en un pasillo del extremo del pabellón y en ese pasillo el modesto expositor de Ucrania. Su personal repartía unos sencillos folletos con un lema escrito en inglés: “La guerra de Rusia contra Ucrania no es ficción, es hora de actuar”. En el reverso un código QR para acceder a la web de un programa con financiación europea cuyo propósito era interesar a editores del mundo para que tradujesen libros ucranios. Libros como los expuestos en tres o cuatro muebles sencillos que no llegan a sumar un centenar de volúmenes. Algunos en lengua original, otros traducidos al inglés. Estudios sobre la gran hambruna, catálogos sobre el modernismo en Kiev o el arte de vanguardia del país. Monografías de la colección Ukranian Voices, como el estudio sobre la militarización de las redes sociales impulsada desde el Kremlin para legitimar la anexión de Crimea. Y también estaba expuesta la versión inglesa de la novela Las abejas grises, de Kurkov.
Hace tres semanas que nuestro gran reportero Cristián Segura lo entrevistó en el piso de acogida donde vive con su mujer y sus dos hijos en la región de Transcarpatia. Kurkov le habló de esa novela, escrita tras haber contemplado la guerra en Donbás. “Vi que la guerra se convertía en la norma”, puede leerse en el prólogo, “vi a la gente tratando de ignorarla, aprendiendo a vivir con ella como si fuera un vecino ruidoso y borracho”. La novela se rebelaba contra esa apatía, pero desde la invasión ya no puede escribir narrativa. Fue su respuesta cuando se lo preguntaron en Londres. “¿Ficción? Si vives en un país en paz, ¿por qué no?”. Ahora por la mañana se dedica a escribir artículos políticos, por la tarde recaba información de la gente que sabe en peligro, por la noche concede entrevistas digitales. “Ucrania es una marca y ahora vende, pero ya veremos qué sucede cuándo la audiencia se aburra”.
De repente, como buscando una excusa para comprender otra apatía, pregunta de la moderadora. “¿Pueden los ciudadanos rusos saber lo que está ocurriendo y conocer los hechos o son víctimas de la desinformación?”. No titubeó. “Claro que hay gente que vive en un bosque y solo puede ver la televisión, pero la mayoría, si quiere, puede acceder a la información”. Contundente: “no hay excusa”. Lo que hay es una mentalidad dominante que prefiere la estabilidad a la libertad. Es Putin y es la mayoría de una ciudadanía —incluidos centenares de escritores y académicos rusos que han firmado manifiestos de apoyo a la invasión— que tolera o aplaude los crímenes contra la humanidad a la vista de todo el mundo. Prefieren el confort a la verdad. ¿Únicamente ellos? “Quien sigue haciendo negocios con Rusia”, sentenció, “apoya el exterminio”. No tenemos excusas. Kurkov escuchó los aplausos y se fue con prisas.
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